Mi querida Elisa, aún el pronunciar tu nombre me causa emoción. Esa que no caduca con los años; ese sentimiento que se aferró a mi piel cuando apenas despertaba de la inocencia.

Aunque el tiempo haya pasado, y mi paso no sea el de antes ni mi mirada brille junto a la luz clara de la mañana, mi corazón no deja de extrañarte y por eso escribo esta carta para ti.

Esta distancia que ahora existe entre tú y yo solo puedo acortarla a través de estos deseos profundos de expresarte cuánto te amo y añoro tu presencia.

Siempre desee morirme antes que tú, pero el destino me jugó una mala pasada. No sé qué hacer desde que te fuiste. Las mañanas ya no tienen sentido sin ti, el café tiene sabor a soledad.

La gente me mira con lástima, y ese sentimiento que tanto detesté, lo siento hacia mí mismo. Mi mirada es fría. Nuestra mascota se recuesta a mis pies, él también se compadece de mi dolor.

Descorro la cortina del cuarto para ver si te encuentro entre las flores del jardín; pero ese espacio me devuelve la imagen del abandono, la misma que el espejo me regresa cuando me detengo frente a él.

La mente me falla, a veces no sé si estás en casa o si has salido a hacer las compras de siempre. Luego miro una mesita que está en la sala con tu foto, las flores y una velita al lado del Corazón de Jesús, y compruebo que te has ido para no regresar.

Elisa, ven a buscarme, por favor, no soporto esta vida sin ti.

Tu amado

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