¡Hola a todos nuevamente en esta bella comunidad Stars of Steem! En esta ocasión estaré participando para el maravilloso concurso organizado por @crissanch, CASA RADICAL #25, en el que nos invita a rememorar uno de los momentos más bellos de la existencia humana, la infancia. ¡Invito a todos a participar! De esta forma todos podemos conocer un poco más el niño que llevamos dentro, y recordar aquellos hermosos instantes de alegría juntos.

Sin más preámbulo… ¡empecemos!

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Edición hecha aquí.

Siempre recordaré mi infancia como un momento de suma diversión, encanto y entusiasmo. A pesar de que soy joven y a día de hoy no se encuentra tan lejana de mí, la recuerdo con mucha nostalgia y emoción, porque aquella simpleza de despertar cada día con una sonrisa era simplemente maravillosa. Mis momentos más amenos fueron dentro de casa, indagando qué hacer o qué aprender por mi cuenta; leía, investigaba, dibujaba, veía mucha televisión y jugaba con barbies y peluches. Tuve miles de pasatiempos y ocupaciones que me mantenían sumamente ocupada en mis asuntos; me inventaba mundos imaginarios e historias para mis muñecas, y adoraba a mis peluches como si fueran animales de verdad. Fui tan feliz al lado de esas historias de hadas y brujas, de esos recuerdos lejanos que me todavía me sacan amplias sonrisas.

Yo acompañada por mi queridísima abuela Nancy.

Mi papá y yo en uno de mis cumpleaños.

Mi hermano y yo en una exposición de dinosaurios.

Los primeros siete años de mi vida transcurrieron en la casa de mis abuelos. Mi mamá trabajaba día y noche, así que yo quedaba bajo el cuidado de ellos. Esto me brindó una gran libertad para hacer y deshacer en un montón de actividades fantásticas que ocupaban mi día a día. Mi favorita era, definitivamente, pasar tiempo en el jardín en compañía de la naturaleza y mi abuelo.

Fotos actuales de los lugares donde solía pasar el tiempo de niña, el patio de mi abuela.

En conjunto con mis mascotas, sobretodo una pequeña perrita llamada Mimosa, recorría el jardín en busca de cosas que me llamaran la atención. Por ejemplo, recogíamos piedras bonitas, ramitas, flores; construíamos estructuras de barro y jugábamos con el agua que salía de las tuberías.

Todo lo que ahí hacíamos era documentado por mi Nintendo DS, un compañero fiel que siempre estuvo a mi lado soportando ileso cualquier cantidad de daños y caídas.

Mi Nintendo DS de 10 años de longevidad.

También manejaba una pequeña bicicleta, llamada Rayo, alrededor de la casa durante largo rato; podía dar vueltas y vueltas alrededor de garaje sin aburrirme en lo absoluto. Observaba muy de cerca a los vecinos gatunos que, en su papel de pequeños y rebeldes polizones, se metían a la casa para buscar algo que comer. Alimentamos a cada uno de estos invasores hasta que, un día, pasaron a formar parte de la familia.

Dos de mis gatos, Pinta y Michael.

De igual forma, en el interior de la casa, tenía otro tipo de distracciones y pasatiempos. Principalmente, en la etapa más temprana de mi niñez, jugaba con enormes dinosaurios de juguete; estaba convencida de que quería ser paleontóloga, por lo que leía y me informaba constantemente acerca de los dinosaurios y su maravilloso mundo prehistórico.

Un pequeño sobreviviente.

Mis lecturas acerca de dinosaurios.

Mi libro favorito del tema.

Las hojas marcadas por los años y mi uso desproporcionado.

Sin embargo, eso no evitaba que disfrutara de igual forma las muñecas y los peluches. A estos, especialmente contratados para las obras teatrales que creaba en mi cabeza, les tenía un nombre especial que todavía recuerdo en estos días. Por ejemplo, Aurora, una gata morada que conservo en mi estantería. O Miau, la primera gata de felpa que obtuve, o conejín, mi primer peluche. Para mí, aquella yo de 6 años, eran animales, no “peluches”; lo contrario sería un insulto para ellos y para mí.

Aurora, uno de mis peluches más queridos.

Algunos de los peluches que conservo.

Mis barbies eran sumamente especiales. Coleccioné incluso 50 de ellas. Eran mi manera de inventar historias y desarrollarlas; les inventaba casas con las sillas y los cojines, siendo mi cuarto un completo mundo mágico en mi imaginación.

Una barbie con la que solía jugar.

También dibujaba y poco a poco empecé a leer. Mis dibujos eran simples y toscos; pero les ponía todo el amor del mundo. Era tan divertido recrear las cosas que imaginaba en la hoja y, a día de hoy, todavía lo es. También leía en las noches, siendo estas horas llamadas por mí misma “mi tiempo de lectura”.

Libros y peluches en un mismo lugar.

A medida que crecí, cambié de casa y desarrollé nuevos intereses, por lo que empecé a leer literatura formal y a dibujar seriamente. Leía novelas sencillas e iba avanzando poco a poco. Una de las que más recuerdo fue escrita por una autora venezolana; sumamente divertida y juvenil, muy recomendada para empezar en la lectura a temprana edad.

La novela que más me hizo reír en mi infancia.

Muchas de las cosas que hice en mi niñez hoy se reflejan en mí como un espejo. Fue una infancia tranquila e, incluso, un poco solitaria; pero en cada pequeña cosa hallaba una gran felicidad que a día de hoy encuentro de forma muy similar: leyendo, escribiendo, investigando, aprendiendo e inventando historias.

Mis gatos me han acompañado desde hace más de siete años.

Agradezco de sobremanera haber tenido una infancia tan agradable, hermosa y memorable.

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Todas las fotografías mostradas aquí fueron tomadas con mi iPhone X exclusivamente para este concurso. Son de mi propiedad, Isabella Moreno.

¡Muchas gracias por leer!