Scott José ha sido una presencia maravillosa en mi vida, cuando en 2008, por razones que no vienen al caso mencionar, me hundí en un abismo de desolación, fue él mi motor. Ese ser que se echaba silencioso a mi lado y permanecía alerta a los latidos de mi corazón, ante el mínimo movimiento abría un ojo, arqueaba la ceja en un ademán interrogativo y mostraba un dejo de tristeza comprensiva en su mirada. Pese a ello, en algún momento se percató de que la situación se extendía de una manera que podía resultar peligrosa, fue así como decidió saltar varias veces de la cama al interruptor de la luz hasta conseguir encenderla, para luego, desde el piso ladrar de una manera especial y mostrar la puerta de la habitación, entendí que el también llevaba mucho tiempo en la obscuridad sin comer ni beber. Entonces con un enorme peso por todo mi cuerpo, abrí la puerta y fui a colocarle su alimento, pero no, no era eso lo que quería y entre señas y miradas me obligó a salir de casa. Deambulamos por la urbanización y cada vez que nos acercábamos para regresar tiraba del paseador para seguir caminando plácidamente sin prisas por volver, ni beber, ni comer. Aún hoy no sé cuántos días estuve tumbada en la cama llorando sin parar, pero él se encargó de obligarme poco a poco a retomar la vida y otra vez nos dedicamos a viajar.

       Scott José la amistad más segura, la presencia más pura, mi compañero de viajes, mi turista peludo, mi ángel de la guarda, de mis heridas la cura.

Texto de mi autoría y fotografías de mi propiedad.