Nubarrones, ventarrones, relámpagos y centellas, nubes grises, noche oscura, tenebrosa llegaron a mi vida de una manera súbita y avasallante, escenario oscuro del que quería escapar pero inevitablemente me toco enfrentar, pero como toda tormenta siempre tiene su final, el sosiego llegó, gracias a la luz de esperanza que con cada mañana nos da la oportunidad de volver a comenzar. Esa luz en el camino, que ilumina las montañas, la vegetación, la brisa, el rocío de la mañana me han traído un nuevo renacer que no solo es el descanso el objetivo final sino que después del tan necesario descanso se retoman fuerzas para avanzar hacia adelante transitando el largo camino que me queda por delante. Después de estar sumergida en la mas terrible de las angustias, pude entender que el hombre sin Dios no es nada, somos como la semilla que al desecharse es lanzada a tierra a la buena de Dios y a los efectos inclementes del ambiente, si caemos en mala tierra morimos pero si esta en los designios de Dios darnos una nueva oportunidad, aquella tierra ardiente se convierte en el mejor abono que fortalecerá aquellas raíces y renacemos t reverdecemos con la nueva sabia, nueva esencia, y nuevas fuerzas.

He resurgido de las cenizas, de la descomposición de la tierra negra, mojada y de los residuos, de las hojarascas que dejaron los ventarrones. La semilla cayó y cuando estuvo a punto de morir, se partió en dos, se abrió y le entro el oxigeno y respiro tomando de la tierra los nutrientes y minerales para brotar y cuando ya no habían señales de vida, aparece el pequeño retoño, una ramita que se asoma por encima de la húmeda tierra, ahí viene a traer, viene a dar, viene con más fuerza cargada de esperanza y de amor. Un nuevo amanecer irradia trayendo luz, infinitas gracias a Dios que es el origen y la esencia de todo y gracias a todos los seres humanos instrumentos de Dios que al ver aquella semilla regaron sobre ella su gotita de agua. Y aquí estoy viva gracias a todos resurgiendo de las cenizas.