Hato El Cedral, un extraordinario refugio de vida salvaje en Los Llanos de Venezuela
Hace un tiempo visité una de las regiones más emblemáticas de Venezuela: Los Llanos, cuna del joropo, la música criolla por excelencia con su ¡arpa, cuatro y maracas!, tierra de sabanas interminables, escenario de batallas independentistas, inspiración de escritores y cantantes, hogar de gente muy trabajadora y sobre todo hábitat de una diversidad extraordinaria de fauna silvestre.
Amo viajar a lugares donde la naturaleza es la protagonista, de manera que cuando una amiga me pasó la información y los precios para ir a conocer un hato llanero, no lo pensé mucho, afortunadamente tenía el dinero disponible en ese momento y siempre he pensado que los viajes no son un gasto sino ¡la mejor inversión que podemos hacer!
Salimos desde Caracas, capital de Venezuela, un viernes aproximadamente a las cuatro de la mañana, mis amigos pasaron por mi casa a buscarme y unas cuatro horas de autopista después estábamos llegando a nuestra meta: el estado Apure.
Seguimos rodando como una hora más hasta nuestro destino: Hato El Cedral, ubicado entre las poblaciones de Mantecal y Elorza.
Antes de las diez de la mañana estábamos en la entrada de este lugar. Para llegar al campamento del Hato El Cedral, donde está la posada y los servicios a los visitantes, hay que recorrer una distancia de poco más de 7 km desde la entrada. Hacía mucho calor y el camino de tierra estaba húmedo con algunos pantanos, lo que hizo que el carro de mi amiga se quedara atascado al principio, tuvimos que bajarnos y empujar, nos costó pero logramos avanzar.
No es necesario adentrarse mucho a este lugar para empezar a ver su fauna, de una vez nos recibieron sus habitantes más populares: los chigüires o capibaras, muy numerosos por aquí al estar prohibida su caza, hay más de 10 mil.
El Hato El Cedral, con una extensión de 53.600 hectáreas, aparte de ser una hacienda ganadera es un espectacular refugio de fauna silvestre famoso a nivel mundial. Canales de televisión como Discovery Channel, National Geographic, BBC, entre otros, han venido para registrar la extraordinaria fauna del lugar, visitada también por científicos, investigadores y estudiantes tanto venezolanos como extranjeros.
Allí se pueden ver en total libertad reptiles como el caimán del Orinoco (Crocodylus intermedius), la baba (Caiman crocodilus), anacondas, culebras de agua, tortugas, iguanas, matos de agua (lagarto); animales como los chigüires, venados, monos araguatos y capuchinos, osos palmeros u hormigueros, osos meleros, zorros, cachicamos (armadillos); felinos como el cunaguaro, la onza, el puma y el jaguar; además de nutrias, toninas (delfines de río), manatíes, variedad de peces y unas 400 especies de aves residentes y migratorias, entre ellas: corocoras, garzas, paraulatas, cigüeñas, gabanes, alcaravanes, garzón soldado, águilas negras, turpiales, gavilanes, mochuelos, tucanes, loros, pericos y guacamayas.
Cuando llegamos al Campamento Turístico Matiyure, que es como se llama el área donde están las cabañas que son el alojamiento de los visitantes, el restaurant y la piscina, nos recibieron varios monos que desde los altos y frondosos cedros parecían conversar entre ellos mientras nos observaban curiosos. Luego conocimos al guía, quien nos habló del lugar y de las actividades que haríamos allí durante los dos días de nuestra estadía, en los que tendríamos la oportunidad de pasear por los tres hábitats de esta región: sabana, bosques de galería y cuerpos de agua (lagunas, ríos y caños) y ver la fauna que allí vive.
Dejamos las mochilas en las bonitas cabañas que tienen baño, aire acondicionado y TV y como ya era mediodía fuimos a almorzar en el restaurante. Los paquetes que ofrece El Cedral a los visitantes incluyen alojamiento, comida y paseos, de verdad la atención es muy buena.
Luego de reposar y explorar un poco los alrededores salimos a nuestro primer paseo, eran las cuatro de la tarde, el sol aún candela, pero como el tour se hace en unos camiones techados pega la brisa y no se siente tanto el calor. Las mejores horas para las excursiones, nos dijo el guía, son temprano en la mañana y al final de la tarde, ya que es más fresco y se pueden observar más animales.
El grupo estaba conformado por unas 20 personas y en esta primera ruta por El Cedral nos llevaron a conocer varias zonas, entre ellas la parte donde están las reses, unas 14 mil cabezas de ganado que andan por ahí pastando.
Según registros históricos, los españoles introdujeron la ganadería en los llanos de Venezuela en el siglo XVI. Antes de la colonización, los indígenas de esta región basaban su alimentación en lo que les ofrecía su entorno: pescado, aves, venados, chigüires, cultivos como la yuca, entre otros.
En el año 2008 el Estado venezolano compró el 90% de este hato, los antiguos dueños mantuvieron el 10% restante y el lugar pasó a ser administrado por la Empresa Socialista Ganadera Agroecológica Bravos de Apure, con el objetivo de mejorar las condiciones para el ecoturismo y brindarles mayores beneficios a sus más de 200 trabajadores.
Aquí se produce leche, queso, hay un vivero donde se plantan especies vegetales como teca, cedros y caobos y además mantienen un criadero de tortugas y caimanes.
Hay también una escuela primaria para los hijos de los trabajadores y niños de poblaciones cercanas donde además de las clases reciben alimentación y se quedan como internados de lunes a viernes, yendo a sus casas los fines de semana.
Me pareció muy bonito ver a las vacas pastando y si es al atardecer, mejor, es como relajante. Amaneceres y atardeceres en los llanos venezolanos son momentos cumbres, súper fotografiados, fuentes de inspiración para poetas y presentes en cientos de canciones folclóricas.
Regresamos al campamento de noche y en el camino ¡nos topamos con un grupo de zorros! Siempre me emociona mucho ver a los animales en su hábitat.
Al día siguiente me levanté temprano, le avisé también a mis amigos para presenciar el amanecer, pudimos ver muchas aves y escuchar sus diversos cantos.
La gente que trabaja en el hato ya andaba por ahí, los llaneros suelen levantarse antes del amanecer para comenzar con sus faenas cotidianas que tienen que ver principalmente con los animales, como el ordeño de las vacas.
Después de un rico desayuno criollo, que incluyó: arepas (tortillas de harina de maíz precocida, fritas o asadas que se rellenan con queso, carne, pollo, etc), queso llanero (blanco duro), caraotas negras, huevo, café y jugo natural, nos fuimos al primer paseo del día: navegación en lancha por el río Matiyure.
El Hato El Cedral está cruzado por tres ríos: Matiyure, Caicara y Orichuna. Abordamos el camión, hicimos algunas paradas para ver animales que aparecían por el camino, sobre todo caimanes y llegamos a una parte donde nos esperaban las lanchas. El cielo estaba despejado, el paisaje llano e infinito bellísimo y el calor fuerte jajaja… yo tenía mi sombrero pero andaba con una blusa sin mangas, ¡error! En este tipo de excursiones hay que ponerse blusas frescas manga larga que te protegen tanto del sol como de la plaga.
Nos subimos a unas lanchas pequeñas, el grupo se distribuyó en dos y nos adentramos en la inabarcable belleza del lugar, es en estos escenarios que uno quisiera tener incorporada visión de 360º jejeje.
En el agua se veía reflejado el cielo y algunas nubes que aparecieron un rato después. El guía nos iba explicando sobre la fauna del río, que aparte de los reptiles como los caimanes, babas y culebras, está llenos de peces como la cachama, pavón, bagre y las temidas pirañas o caribes.
La lancha se metió entre un bosque y al cruzar por allí hacia una zona abierta del río nos esperaba un impresionante espectáculo.
El guía tenía en un tobo trozos de pellejo que iba incrustando en un palo, luego comenzó a agitar ese palo en el agua, “ya viene el babo”, nos decía. No lo creímos hasta que pocos minutos después apareció este reptil, se acercó lentamente a la lancha y brindándonos una escena inolvidable por la manera como se levantó sobre el agua en dos patas para atrapar su comida, dio media vuelta y se fue. Se ve que le gusta ser admirado ¿o temido? por los visitantes jejeje.
Después de esto fuimos a pescar pirañas, nunca había visto algo así, apenas el guía lanzaba un pedacito de carne al agua, estos peces aparecían por montones, alborotados.
Resulta muy fácil pescarlos, eso sí, con un anzuelo y con alguien como el guía que nos acompañó, que sabía cómo quitárselo de la boca al sacarlo del agua, porque aún están vivos y si no tienes experiencia sus dientes de terror pueden quitarte un dedo. Nos llevamos algunos ejemplares en una cava, iban a ser parte de la cena de esa noche.
Por allí mismo tuvimos la suerte de ver una Chenchena (Opisthocomus hoazin), un ave tropical que parece prehistórica con su pintoresca cresta y características digestivas como las de las vacas, es decir, la fermentación bacteriana está presente en la parte delantera de su estómago y realiza la descomposición de la vegetación que come.
Minutos después de esto, el cielo se oscureció rápidamente en tonalidades azules y nos cayó tremendo palo de agua en medio del río. No teníamos impermeables, así que rápidamente todos guardamos las cámaras fotográficas para que no se mojaran y disfrutamos el chaparrón que duró como un cuarto de hora mientras las lanchas tomaban la ruta de regreso.
En el campamento nos dimos otro baño, pero en la ducha, y luego nos llamaron para cenar, cuando entramos ya estaban los músicos afinando sus instrumentos para ofrecer un concierto de melodías llaneras a los visitantes, ¡arpa maestro!
La comida era la tradicional del llano venezolano: carne en vara, cachapas (tortillas de maíz tierno) con queso, arepas, yuca, plátano, guasacaca (salsa de aguacate), ensalada y pirañas fritas, ¡sí señor! Ese fue mi plato principal, ya que hace años sólo consumo pescados, ya sean de mar o de río, nada de otro tipo de carne. Nunca había comido pirañas y la verdad ¡son deliciosas!
Aunque ya eran las nueve la aventura no había terminado, ahora venía el paseo nocturno para observar animales que sólo aparecen a esas horas.
Pudimos ver una cría de baba, una pareja de zorros, un oso hormiguero, murciélagos y creo que una lapa, sin embargo no logramos avistar a los más codiciados: los felinos, nos dijo el guía que son de los más difíciles de ver.
El último día en el Hato El Cedral nos reservaba otro encuentro asombroso, y es que si vas a este lugar y no ves a la anaconda es como si no hubieras ido. Es la serpiente más grande del mundo, puede alcanzar los 12 metros y 200 Kg, de modo que ¡no hay que perdérsela!
Para esto, Víctor Delgado, mejor conocido como “Musiú”, quien creció y trabaja en el hato desde los 11 años, es el guía encargado de presentarte a este gran reptil.
Nos llevó a un pequeño caño cerca del campamento y con un palo comenzó a jurungar la vegetación, de repente metió las manos allí y comenzó a jalar algo, era la cola de la anaconda. Nos dijo si queríamos jalarla también y algunos de nosotros aceptamos. Jamás había tocado una serpiente, es muy suave, sedosa y fría, este ejemplar medía un poco más de tres metros.
El “Musiú” la terminó de sacar para mostrárnosla y poder hacerle fotos y también propuso al que quisiera ponérsela alrededor de los hombros, ¡yo sí quise! Jajaja.
Aunque no es venenosa, la anaconda es constrictora, por lo que el peligro está en que envuelve a sus víctimas y las asfixia con la fuerza de su cuerpo antes de tragarlas.
Después de este emocionante momento, recogimos nuestras cosas de las cabañas, nos despedimos de todas las personas que nos atendieron en el campamento y nos montamos en el camión que nos llevó hasta la salida del hato. La naturaleza generosa aún nos dejó ver a varios de los habitantes de estas tierras: venados, garzas y el impresionante garzón soldado, que mide casi metro y medio.
Si bien cualquier mes es bueno para ir a este bellísimo refugio de vida salvaje, todo depende de lo que se quiera disfrutar.
Para los amantes de la observación de aves es mejor ir en verano (diciembre-mayo), es decir en la época de sequía, porque el nivel de los ríos es menor, muchos peces salen al descubierto y esto atrae a todo tipo de aves.
Cuando llega el invierno o la temporada de lluvias (junio-noviembre), gran parte de la sabana se inunda, todo reverdece y está en su esplendor, es el momento ideal para ver anacondas y caimanes.
Hasta aquí este paseo llanero, ¡muchas gracias por leer!
Fotos propias hechas con una cámara digital Sony Cyber Shot 7.2 mp
Esta publicación es realmente interesante, aunque no conozco Apure me encantó ver la vida silvestre y el viaje que realizaste para contarnos esta historia.
¡Hola! Muchas gracias por pasar por acá, valoro tu comentario :), Apure es espectacular, si algún día tienes la oportunidad ¡visítalo!
chiguires? pense que eran hipopotamos jajajaja y vivo en venezuela.... jajajaj que pena .. muy bellas tus fotos
Jajajaja ¿te imaginas? Si fueran hipopótamos ¡qué miedo, son muy agresivos! En cambio los chigüires son un amor jeje, gracias por pasar por acá y comentar :)
que pena..... pero bueno uno aprende de todo, hasta de esas pequeñas fotos hermosas que blicaste. gracias
un abrazo virtual