El hogar de Gorm | relato corto |

in GEMS4 years ago

El hogar de Gorm

 

    —Ven, ven, es por aquí —comentó Lucy, apartando el matorral que tapaba un desvío en el camino —. Rápido, él me dijo que teníamos que llegar antes del mediodía, ya casi es la hora.

    —No creo que sea buena idea, Lucy —respondió Mario, al tiempo que trató de recuperar el aliento, puesto que llevaban varios minutos corriendo —. Es un camino de tierra. Jamás lo había visto antes.

    Ella lo miró detenidamente e hizo una mueca para demostrarle que estaba inconforme. Aquello era algo que hacía con regularidad.

    —¡Vamos, Mario! ¡No seas aguafiestas! —espetó —, ya he pasado por aquí seis veces, solo hay árboles y pájaros —aseguró, con una sonrisa que le desvelaba todos los dientes y añadió —, pero al final, cruzando el río, está él.

    Mario recordó el primer día que Lucy, emocionada como nunca antes, llegó a su casa para contarle sobre el misterioso “nuevo amigo” que conoció en el bosque, más allá del cruce del río. «Puede hacer lo que sea, mira lo que me regaló» dijo enseñándole su mochila repleta de chocolates y caramelos. Simples golosinas no bastaban para convencer al introvertido y miedoso muchacho de 13 años de adentrarse en el bosque a encontrarse con un desconocido, sin embargo lo siguiente que ella le contó no lo dejó dormir esa noche: «El señor Gorm me hizo volar, Mario. Literalmente volar, despegar los pies del suelo y llegar casi hasta la copa de los árboles».

    «Gorm»… El nombre resonó en su mente. ¿Sería verdad aquello? ¿Sería posible tan siquiera? Él sintió que tenía que averiguarlo; de no ser por venir de boca de Lucy, su amiga de toda la vida que, hasta ese momento, jamás le mintió, simplemente no lo habría creído. Aunque, estando ya rodeado por la temible atmósfera del sitio repleto de árboles, no podía evitar pensar que era hora de arrepentirse. Pero su oportunidad para ello pasó cuando cruzaron el río por medio a una soga convenientemente amarrada a la rama de un árbol que les permitió saltar al otro borde.

    Luego de 40 minutos de iniciar su travesía se detuvieron repentinamente. «Es por… ¡allá!» señaló Lucy hacia la izquierda y apresuró el paso, casi al trote. Mario estuvo a punto de perderla de vista hasta que ella volvió a detenerse de golpe.

    —¡Hooooola! ¡Señor Gorm! —gritó la muchacha. Mario solo veía lo que parecía ser una gran roca gris en medio de un claro entre los árboles.

    Incrédulo, observó cómo la roca empezó a estirarse, extendiéndose a tres o cuatro metros de altura. Lo que parecía un cuerpo rocoso pasó a verse más como una extensa capa, seis brazos idénticos a ramas salieron de sus costados, tres a cada lado, y en lo más alto apareció un rostro completamente blanco, ovalado, sin boca, con dos orificios negros en donde estaría la nariz y dos grandes ojos verdosos que eran lo más “humano” en todo aquel ser.

    —Luuuuucyyyyy —llamó el ente — ¿Aaaaaaa quieeeeeén haaaas traaaaiiiiidoooo hoooooyyy? —la lenta pronunciación se escuchaba como si mil voces sonarán al unísono.

    —Es Mario, mi amigo de quien te hablé, Gorm —respondió sin más y volteó hacia Mario —. Anda Mario, salúdalo.

    —¿Eeeeeh… ese eees… Gorm? —preguntó el chico, con la voz temblorosa, en un estado entre atónito, aterrado y fascinado — Ho… hola, Go… Gorm.

Hoooooolaaaa, Maaaaaariiiiiooooo —lo miró con sus grandes ojos verdes que por momentos cambiaban de tonalidad entre oscuro y claro —. Diiiimeeeee, ¿tieeeeneeees uuuun deeeeseeeeoooo? tooooodoooos tieeeeneeeen uuuun deeeeeseeeeeoooo.

    —Ssss… sí —Mario no podía entender por qué, pero esa enorme criatura, que en circunstancias normales le habría hecho huir sin mirar atrás, realmente le inspiraba confianza y tranquilidad —. Lucy me dijo que podrías hacerme volar.

    Este no dejó de ver al chico en ningún momento. Le respondió que tenía razón, que era capaz de eso y mucho más, «Toooodoooo looo queeee quieeeeraaaas», aseguró «Y tuuuuuú —señalando a la muchacha con su rama-brazo superior derecho —, graaaaaciaaaaas pooor traaaaeeeerloooo, miiiiiii niiiiiñaaaaaa. Heeeeee eeeestaaaadoooo muuuuyyyy soooolooo», ella le correspondió con una risita infantil.

    Los niños siguieron al ser, irían a lo que él llamó “el hogar”. Ambos, sosteniéndolo por su capa, como él les había indicado, caminaron hasta perderse en una repentina y pesada niebla.

Nadie volvió a verlos nunca más.


Imagen de Pixabay | Autor: jplenio

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