Asalto a la joyería | Relato corto |

in GEMS4 years ago

Asalto a la joyería

 

    Entrar, llevar todo lo que quepa en las bolsas y salir en 30 segundos; ese, en pocas palabras, era el plan. Sin embargo, algunas veces el destino conspira en tu contra, y todo lo que sigue después de eso son problemas… los malditos problemas.

    —Llegamos en cinco —anunció Jon, el chófer, así que preparamos las armas y las máscaras. La indumentaria era la misma que en las ocasiones anteriores: trajes negros y máscaras color cobre de diferentes animales... canes; las armas, una nueve milímetros y dos AR-15. Nuestros nombres clave en los golpes correspondían a las máscaras: Carlos era ‘Zorro’, Julia ‘Hiena’, Jon ‘Perro’ y yo ‘Lobo’. Llegamos al sitio del atraco, una joyería pequeña y no muy concurrida en la ciudad, hora de la acción y hora de que todo se fuese a la mierda.

    —¡Vamos, vamos, vamos! —indicó Carlos y bajamos. Apenas pusimos un pie dentro este gritó «¡Todo el mundo al suelo! ¡Ya!». Eran tres personas; el anciano que atendía detrás del mostrador hizo caso sin chistar, pero un grandísimo imbécil estaba armado y desenfundó. Disparó contra él dos veces, una bala le impactó en el pecho, en el kevlar; la otra le dio directo en el rostro, toda la maldita puerta de entrada se llenó de pedazos de su cerebro. Zorro fue el primero en entrar y en morir.

    Julia lo dejó como un colador, con 12 agujeros, hasta donde pude contar, luego apuntó al otro maldito que estaba con él, y que también iba armado. «¡Tocas la pistola y te vuelo tu mano!» le advirtió, en ese momento fui a revisar a nuestro difunto agresor. Ver la placa en su cintura me hizo sentir como hombre muerto.

    —Mierda, mierda, mierda, mierda —repetí, histérico —. Hiena, mira a esto —dije arrojándole la identificación. Habíamos matado a uno de Fuerzas Especiales, ella no respondió nada al respecto.

    Con la confrontación perdimos mucho tiempo, deberíamos de habernos retirado, sin embargo la ambición fue mayor. Di la orden de que tomara todo lo que pudiese, mientras yo vigilaba al que resultó ser otro Fuerzas Especiales y que, para variar, intentaba provocarme.

    —¿Sabes a quién mató tu amiga? —yo no respondí, y él siguió —. No importa, ambos son hombres muertos ahora, igual que su otro compañero, el de la furgoneta que los trajo ¿dónde está él ahora?

    —Una palabra más y te vas al infierno junto con el otro poli —no sé si fue un instante de valentía pero no quería escucharle más.

    —Ustedes estarán en el infierno pronto —masculló, por lo que le di un golpe con la culata de la pistola en la cabeza que lo hizo caer y sangrar.

    —Lobo, nos vamos —intervino Julia, en el momento justo, con una bolsa llena.

    —¿Cuánto llevas?

    —La mitad de lo esperado, quizá un poco menos.

    —Servirá. ¿Y Zorro?

    —Se queda, Lobo. Es muy tarde para él, no tiene por qué serlo para nosotros.

    —Tienes razón. Oficial —dije, dirigiéndome al otro Fuerzas Especiales, que seguía sangrando —. Fue un placer.

    La joyería tenía una puerta trasera que daba a un callejón, donde normalmente iba la basura, esa era nuestra salida, ahí estaría esperándonos Jon. Saltamos el mostrador y vimos al maldito viejo justo debajo. Me acerqué a él, tenía un mal presentimiento, y revisé: tenía un botón, una alarma.

    —Hiena, este abuelo llamó a la puta policía.

    —Lo que faltaba… Seguimos con el plan, aún tenemos tiempo —aseguró, y dejamos ahí al anciano, no teníamos intención de lastimar a nadie más.

    Acá es cuando todo se fue al garete, en la salida del callejón nos esperaban. Dos patrullas, seis policías, estábamos jodidos, aunque Julia se dio cuenta demasiado tarde. Al ver a los uniformados alzó el rifle y la mataron frente a mí. «¡Suelte el arma, suelte el arma!» gritaron los uniformados.

    —Reconozco cuándo hay que pelear —exclamé, la ira me embargaba, acababa de ver a dos amigos morir frente a mí; pensé que lo mejor sería morir peleando… aun así abandoné ese pensamiento rápidamente—, y cuándo hay que vivir para pelear otro día.

    Solté la pistola y me entregué. Cuando me llevaban pude ver el cadáver de Jon apoyado contra el volante de la furgoneta, y un agujero en el vidrio frontal. Un mal día en este negocio puede significar la muerte de todo el equipo; me considero con suerte por seguir vivo.


Imagen de Pixabay | Autor: Free-Photos

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¡Gracias por leerme! Espero que te haya gustado, y gracias de antemano por tu apoyo.

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