Lamazi // RELATO
El escenario del majestuoso teatro se ilumino. El elenco de bailarines estaba emocionado por la efusiva receptividad del público, especialmente la joven Gvantsa, quien alimentaba su espíritu con los aplausos. Era su recompensa como artista. Le encantaba mostrar la cultura y arte de su país a todo el mundo Su novio, también miembro del Ballet Nacional de Georgia, se acomodo junto a ella, para ir al frente y hacer la reverencia de agradecimiento.
Al cerrarse el telón, descansaron de las formalidades. La bailarina sintió como era elevada del escenario por los brazos de su compañero. El público continuaba aplaudiendo. Ese momento era mágico para la pareja.
-Lamazi, te amo- exclamo en su idioma, el guapo bailarín.
-Y yo a ti.– respondío ella.
Tenían dos años de relación, ella recién había cumplido los 21 años. Se conocían desde niños, cuando entraron a estudiar en el ballet nacional. El tiempo y las hormonas hicieron que la amistad se transformara en amor.
Al igual que los demás compañeros del ballet, estaban contentos por conocer Latinoamérica. Eran tierras hermosas, tan diferentes a su natal Georgia. Además, hablaban siempre de su futuro. Entre sus planes, el más especial era vivir en Estados Unidos. Labrarse juntos una nueva vida en Nueva York, ciudad que les fascinaba. Al estar de gira por América del Sur, los hacía sentir más cerca de ese sueño.
Se fueron rápidamente al hotel donde se hospedaba, quedaba a solo unas calles del teatro, trasladados por un autobús ofrecido por el gobernador del Estado.
Despojados de sus deslumbrantes trajes y ataviados de unos cómodos jeans y sweaters, se reunieron en el lobby con otros cinco compañeros del ballet. El Bar del hotel estaba cerrado. Pero querían conversar y divertirse un rato. En recepción le dijeron que solo a tres calles estaba una famosa arepera muy concurrida. Los jóvenes partieron rumbo al sitio indicado, solo tenían que seguir en línea recta tres cuadras y para regresar, era el mismo camino.
El lugar local estaba ubicado en la esquina de una de las principales avenidas de la ciudad y se encontraba llena de personas. Era uno de los sitios donde converge toda la fauna nocturna de la pequeña urbe, buscando alimento o una última copa. Las prostitutas de turno, se fijaron en los apuestos jóvenes extranjeros y la belleza de las chicas tampoco pasaba desapercibida para los hombres. Los bailarines se sentían un poco incómodos por llamar la atención de esa manera. Un borracho impertinente les preguntaba de donde era, pero rápidamente, uno de los meseros lo aparto de la mesa donde se acomodaron los visitantes.
-¿Que quiere mi amor? , tenemos mechada, reina pepeada y domino.– pregunto un hombre desde la barra.
-Aarrrepa... – pronuncio torpemente Gvantsa.
-Ya les sirvo unas buenas arepotas mis reinas bellas. - dijo el hombre guiñando un ojo. Las chicas reían, no entendían absolutamente nada de español–
Los siete jóvenes disfrutaron de la comida y tomaron varias cervezas. Cuando las chicas fueron al baño, el novio de Gvantsa conto a los demás, que le pediría matrimonio cuando terminaran la gira. Había ahorrado dinero, quería casarse en Georgia, junto a la familia y amigos, para luego partir rumbo a Estados Unidos. Pasaron una hora en el lugar, y dándose por satisfecho, compraron unas cervezas de lata para beberlas de vuelta al hotel.
Las chicas comenzaron a entonar una canción. Sus compañeros reían. Todo era felicidad.
-¡Quieto ahí!
-¡Cállense la jeta becerro! ¡Quédense quietecito! Los reales… dame los reales gringo marico.
Tres adolescentes, uno de ellos empuñando un 38 cañón corto, los apuntaba y exigía le entregaran sus partencias de valor. Las chicas estaban aterradas. No entendían los insultos de los morenos jóvenes que las amenazaban con un arma. El novio de Gvantsa, en su idioma, intento calmar la situación. Les entrego la cartera y el reloj.
-¡Apúrate becerro! ¡O te quiebro!-
En medio de la confusión, uno de los bailarines dejo caer la cerveza. El delincuente que sostenía el arma desvió la mirada por el ruido y Gvantsa, presa de los nervios, salió corriendo. Estaba a solo una calle del hotel. Pero solo recorrió unos pocos metros. Algo la tumbo al suelo.
Escucho un trueno.
Unos gritos que parecían venir de muy lejos.
Miraba el asfalto e intentaba tomar aire.
Sintió los brazos de su novio, que la rodearon con fuerza y alzaba su cuerpo de ese frio escenario. -¡Lamazi!– escucho la voz de su amado..
Un taxi freno estrepitosamente, el vehículo puso las luces altas.
En su mente, la bailarina volvió a ver el teatro totalmente iluminado...las ovaciones del público...escuchaba los aplausos que alimentaba su alma. Apretó la mano de su novio, era el momento de rendir reverencia al efusivo público, antes de partir con el hermoso recuerdo de su última función.
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