Aislado // RELATO

El ruido de las agujas del viejo reloj de pared on cada vez más insoportables. La soledad está afectando la mente de Sebastián. Encerrado en su bunker desde que el caos se apodero del mundo. El lugar fue construido por su abuelo, quien cirvio como soldado durante la guerra fría. Era un lugar completamente aislado del ruido exterior y con una aleación que impediría entrar la radiación, en caso de un temible ataque nuclear. Por años sirvió de depósito para todos los artefactos que se dañaban en su hogar. Incluso, cuando era un adolescente, Sebastián lo uso para albergar fiestas con sus amigos.

Cien días llevaba encerrado en el refugio. Aun conservaba comida enlatada y agua para unos cien días. Haciendo solo una comida al día, podía extender su estancia a trescientos días. Y había comenzado a perder peso. Debía hacer el sacrificio de alimentarse en menor cantidad. Era cuestión de supervivencia. ¡Comer menos para vivir más! Repetía en voz alta cada mañana.

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Silencio. Todo estaba en absoluto silencio. El bunker era tan aislado al exterior que hasta lograba escuchar el latir de su corazón. Para pasar el tiempo se dedicaba a escribir su experiencia, todos los días escribía en una vieja máquina de escribir que perteneció a su abuelo, el momento que deicidio entrar en aislamiento. El mundo entro en un caos global. Un letal virus fue contagiando rápidamente a todos los humanos, ciudades enteras fueron cayendo y los humanos parecían estar al borde la extinción. Sin pensarlo dos veces visito a cada uno de sus vecinos y los asesino para robarles toda la comida que tenían.

Doscientos días llevaba encerrado en su burbuja de acero. Le atemorizaba quedarse sin comida. Reduciría el consumo. Ahora solo se alimentaria un día sí y otro día no. Con ese nuevo método podría alargar su estancia. Su mente no podía imaginar cómo estaría el mundo. ¿Todavía habrá personas vivas? ¿Se estarán comiendo entre ellas? ¿Quién frenaría el virus?

Las voces comenzaron a retumbarle en la cabeza. Había días que solo escuchaba una. Otras veces era todo un infierno. Además las sombras parecían que también le hablaban. Aislado en paredes de acero bajo la tierra escuchaba los gritos de su ex esposa reclamándole. También las voces de su padre diciéndole que era un cobarde que prefirió esconderse. No quería seguir escuchándolos, pero era imposible escaparse de allí. Afuera era el apocalipsis A su arma solo le quedaban tres municiones.

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Trescientos días llevaba Sebastián encerrado en el bunker. Ahora solo se alimentaba una vez por semana. El agua del grifo subterráneo que traía agua del rio que cruzaba su ciudad, ya no lo abastecía del vital liquido. Quedaban solo algunas botellas con agua. Parecía el momento de salir, pero estaba tan débil que le resultaba imposible subir las escaleras que daban a la puerta de salida. Además, el miedo era mayor. No quería ver la tierra totalmente en ruinas. ¿Sería el único superviviente?

Ya no podía aguantar más tiempo en esas condiciones. Todo estaba perdido. Comió la última ración de alimento para perros que quedaba en la despensa y el último sorbo de agua. No podía conciliar el sueño. El sonido de la aguja del reloj de pared era demasiado fuerte. Sentía que le perforaban los tímpanos con una aguja. ¡Hazlo maldito cobarde! ¡No sirves para nada! ¡Imbécil! ¡Te odio! Le gritaban las voces dentro de su cabeza. Sin dudarlo, coloco el cañón del revolver dentro de su bica y jalo el gatillo. Una gran mancha roja se extendió en la pared de acero.

En la superficie, estaba la casa de Sebastián absolutamente en ruinas. Habían pegadas unos carteles de la policía solicitando información a cualquiera que viera a ese hombre, se le consideraba armado y peligroso. Había enloquecido durante los dias en que el mundo sufrió una pandemia, la cual fue controlada en dos meses. El caos fue controlado y todo volvió a la normalidad.

Trescientos cuarenta días permaneció encerrado en vida. Ahora, era un cadáver totalmente aislado…