La conversación más triste | Escritos de un alma desolada

—¡Hijo!

Escucho a mi madre llamarme por la ventana del cuarto.

—Ya voy.

Le respondo, tengo que dar señales de que estoy vivo. Tengo más de veinticuatro horas sin salir de mi habitación. Después de ir al baño, me siento frente a la mesa y comienzo a comer lentamente, mirando fijamente la pared frente a mí.

—¿No dormiste en la noche?

—No.

—¿Qué hacías, trabajando?

—Sí.

—Después de las diez de la noche es que parece que la conexión del internet se estabiliza, en la mañana estuvo bien, pero toda la tarde estuvo intermitente.

—Sí.

No puedo decir más, ella sabe que estoy empeorando, que por eso no salgo de la cama en todo el día, se preocupa pero está atada de manos porque ni siquiera yo sé qué hacer.

—Te llamé más temprano y respondiste pero no saliste del cuarto, aunque sea sabía que estabas bien, me calmé un poco después de eso, no habías salido en todo el día.

¿Cómo hacer que no se preocupe, cuando ni siquiera yo creo que pueda llegar a mejorar alguna vez? Vivir con depresión es un infierno, pero ver a tu hijo desaparecer en la oscuridad sin poder evitarlo debe ser peor.