Historias en su tinta 013: "De vaqueros y mosquitos", por bonzopoe.

En el piso se dibujaba una sucesión de ordenadas líneas. Parecían un pelotón listo para marchar al frente de batalla cuando la sombra de un niño que pasaba las borró de mi vista en un instante. Reaparecieron un segundo después pero la magia se había ido, ahora eran tan solo lo que siempre habían sido: el reflejo de una lámpara en el límpido suelo de un hospital.

Irónicamente mi intento de evadir la realidad había sido involuntariamente boicotado por un maestro de la evasión de la realidad: un niño. El mismo que momentos antes había protagonizado ante todos los que estábamos en la sala de urgencias, una escena del viejo oeste en la que de sus dedos salieron los certeros disparos que acabaron con toda una tribu apache, quizá hasta dos, a juzgar por el tiempo que se la pasó "disparándonos a todos".

Volteé a mirarlo mientras se iba gritando, ya no de júbilo por la proeza recién lograda, sino de tristeza y de pena. Lo iban a vacunar. El comisario de su historia: su madre, lo había atrapado y no había escape.

Por todo el pasillo de urgencias en vez de un rastro de sangre había dejado un rastro de lágrimas que no llegaron siquiera a secarse y quedar como testigos de su cruel destino. La mopa de un empleado de limpieza borró la evidencia, y con ella la historia de nuestro vaquero.

Una fila de sillas atrás se desarrollaban otras historias menos hollywodescas y más de humor negro y hasta de cine gore.

Lado a lado estaban en sus respectivas sillas de ruedas dos personas que iban a curación: un joven futbolista, a juzgar por su indumentaria y complexión física, quien tenía enyesada una pierna, y un señor ya mayor a quien le faltaba una pierna; muy probablemente un díabético amputado.

El joven había llegado con muy mal talante a su curación, pero al ver al hombre mayor a los ojos por un momento, cambió de actitud, y probablemente hasta de perspectiva.

Yo estaba ahí por un tema de hipertensión arterial que no lograban bajarme después de varios intentos, probablemente por el estrés que me provocaba ver tanta desesperanza a mi alrededor.

Debo confesar que si bien llegué con una buena actitud al lugar, al irme, aún con la presión alta y con una orden de ingreso hospitalario en mis manos, al igual que el joven futbolista salí de ahí con otra perspectiva de la vida.

Antes de irme me acerqué al niño y le dije: "Imagina que es un mosquito, se siente igual. ¿Te ha pasado que a veces ni te das cuenta de que está picando un mosquito?"

-Si -me contestó-.

-Pues es igual, a veces ni se siente.

El niño sonrió al tiempo que su madre me daba las gracias y lo abrazaba. Me senté en la silla de ruedas que estaba junto al futbolista y al hombre mayor, quienes me miraron por un momento como preguntándose la razón de mi repentina compañía. Me van a internar, les comenté, y ambos respiraron un tanto aliviados y me sonrieron al tiempo que un enfermero llegaba para llevarme a la que sería mi cama esa noche.

Durante el trayecto miré de nuevo los conjuntos de líneas ordenadas que se reflejaban en el piso, los pelotones que marchaban conmigo y supe que no estaba solo, que ganaría esa batalla. Después de todo las pruebas que nos pone la vida a veces son como picadas de mosquito: en el momento ni se sienten.

Este cuento es el resultado de un ejercicio de escritura libre que realicé mientras esperaba por mi consulta mensual en una unidad médica familiar del Seguro Social.

Empecé a escribir de lo primero que ví en ese momento, que era el reflejo de una de las lámparas del techo el el piso, y en eso estaba cuando cruzó un niño con su madre por encima de este. A partir de ahí me dejé llevar e integré experiencias de visitas previas al mismo hospital, logrando el resultado que acaban de leer, y que a pesar de ser un texto muy espontáneo con mínimas correcciones me ha dejado bastante satisfecho.

Si llegaste hasta acá muchas gracias por leer este publicación y dedicarme un momento de tu tiempo. Hasta la próxima y recuerda que se vale dejar comentarios.