La muerte es una parte natural de la vida y lo único en que todos somos iguales. Para alcanzar la plenitud de la vida hay que aprender a enfrentarse adecuadamente con las penas y con la muerte.

Muchas personas no entienden la compleja mezcla de emociones que acompaña la pérdida de un ser querido, y así, cuando les toca experimentar esas emociones, se figuran que hay algo raro o antinatural en ellas, y dudan de si serán capaces de comportarse de manera correcta.

La muerte de una persona cercana, suscita múltiples emociones, las que son de prever y otras que tal vez no preveíamos y nos extrañaran. Estas pueden variar desde una pena muy profunda hasta una sensación de alivio cuando el traspaso pone fin a una existencia cargada de dolor y sufrimiento; son los casos en que nos consolamos pensando que el ser querido al fin ha dejado de sufrir.

Muchas personas se resisten a expresar sus sentimientos delante de los demás; les avergüenza que alguien los vea haciendo demostraciones de trastorno emocional intenso. Somos seres humanos y tenemos derecho a sentir pena y tristeza. Esos no son síntomas de debilidad sino que demuestra que tenemos "buen corazón" puesto que nos afecta el fallecimiento de la otra persona.

Nada tan propicio para recordarnos nuestra propia mortalidad como la muerte de un ser querido. Mientras no tenemos cerca esa experiencia, de cercanía a la muerte, pensamos que esto es algo que le ocurre a otras personas... y solo cuando están muy viejos.

Se conocen muchos relatos de personas que han visto la muerte de cerca e incluso gente que ha sido declarada muerta clínica-mente y que fueron reanimadas poco después. Tales casos son tan numerosos y tienen tantas coincidencias que no podemos dejarlo de lado o considerarlo simple ficción.

Si hay algo que usted hubiese querido decir o preferido no decir, o algo que hizo o dejo de hacer, a veces resulta de gran ayuda sentarse y escribirle una carta a la persona desaparecida.