Como ya es bien sabido, Muchas familias venezolanas hemos tenido que emigrar del país a otros lugares de refugio para estar mejor en todo lo que se puede estar.Los venezolanos hemos sido probados, y para mí, hemos crecido mucho de esta experiencia.

     En el mes de julio de 2019, mi papá, tuvo que emigrar a la ciudad de Buenos Aires, con su sola mochila en la espalda, su boleto de viaje dividido en tres países diferentes, y un sinfín de sueños y metas por alcanzar. Entre ellas, mandarnos a buscar a nosotras, su esposa y tres hijas que quedábamos en Yaracuy, Venezuela, aguardando con mucha fe el día que nos llamase y dijese "Vénganse".

     Todos sabemos lo difícil que es para el venezolano normal lograr esta meta de unirse con su familia en un breve tiempo de haber emigrado; a pesar de ello, yo nunca dejé de orar y mantener mi esperanza que pronto nos volveríamos a encontrar. Soñábamos con ver a papá para navidad. ¡Era bastante grande mi esperanza, porque papá se animó a prometerme que eso sería así!

Mi familia despidiéndonos en el Aeropuerto Internacional de Maiquetía, Caracas, Venezuela.

     Cuatro meses y medio pasaron, cuando una mañana mi papá llamó y nos dijo que Dios proveyó para que nos viniéramos en diciembre. Yo, como ya teníamos pensado viajar por tierra, no salía de mi asombro lo rápido que había pasado todo, y menos lograba compender, que nos vendríamos en avión, directo Caracas-Buenos Aires. Era como vivir un sueño. ¡Dios lo hizo posible!

     Por si fuera poco, mi papá halló la más bella comunidad de fe en la Provincia de Buenos Aires, una iglesia que lleva por nombre Bethel, que nos recibió como sus hijos, nos cuidó y ayudó hasta que pudimos estar estables en la ciudad (es decir, hasta que conseguimos alquiler de vivienda, trabajo, estudios, entre otros).

Mi familia y yo, asentados felizmente en la ciudad de Buenos Aires, Argentina.