Miércoles literario / El perro, el gallo y la mujer

Pedro amaneció con unas ojeras como de mapache porque apenas durmió a lo largo de la noche. Según él hubo dos animales que no dejaron de hacer ruido; primero el perro de Juan, el vecino de al lado, el que se mantuvo ladrando y aullando hasta las 3 de la madrugada; y segundo, el gallo de Ramón, el vecino del otro lado de la casa que comenzaba a cantar como un loco a eso de las 4 de la mañana hasta que aclaró el día.

Y como la mujer de Pedro era particularmente pendenciera le recomendó a su marido que les fuera a reclamar a los vecinos, para ver si hacían algo, para ver si le buscaban una solución a tal problema. Y la señora amenazó: “Si tú no vas a reclamarles, entonces seré yo la que vaya”. Entonces Pedro explayando los ojos le dijo: “¿Qué? ¿Tienes ganas que te corran con un palo? No, mi amor. Eso me toca a mí”.

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Luego, cuando Juan el vecino le dio la cara, el argumento de Pedro fue:

• Por favor, vecino, le agradezco que haga algo con su perro. Amárrele una cuerda o póngale una liga de caucho alrededor del hocico, porque el tipo no me dejó pegar un ojo en toda la noche.

• Lo siento, amigo. Es un animal que actúa así porque esa es su naturaleza. Además, eso no lo hace todo el tiempo y afortunadamente hoy es domingo.

• Pero por más fin de semana que sea yo tengo derecho de descansar.

• Le entiendo, pero no puedo hacer más nada. Es mi perro, es a la vez parte de mi familia y no voy a salir de él.

Posteriormente, Pedro fue a conversar con el otro vecino y este le respondió:

• No, señor. Yo no voy a salir de mi gallo por la simple razón de que usted duerme hasta las 6 de la mañana. En mi caso ese es mi despertador natural porque yo me levanto todos los días a las 4.

• Esta situación del perro y el gallo me tienen mal.

• ¿Quiere decir que usted durmió solo una hora?

• No, nada. En el intermedio, cuando el perro dejó de ladrar, mi mujer comenzó a meter sus manitos por debajo de mis cobijas.