Rapi-Concurso literario: "SU PASIÓN"/ por @cruzamilcar63

Nada cambiará lo que está escrito

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Durante la Pasión, Jesús de Nazaret vive las últimas horas, las más aciagas, de una historia que, como enviado del Señor, conoce de antemano, lo cual eleva el significado de su comportamiento hacia los ejemplos más sublimes de amor por el prójimo demostrado por un alma humana y reitera su disposición a obedecer los designios del Padre para que se cumpla lo que está escrito.

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Muy pocas veces nos detenemos a pensar lo terrible que debe ser, para nuestra evidente vulnerabilidad física y sentimental, estar enterado de lo que acontecerá en nuestras vidas en el inmediato o lejano porvenir. Los griegos, a través de sus obras literarias, lo supieron explicar con suficiente claridad, basándose en las peripecias de míticos personajes que no podían evadir su trágico destino por más que quisieran evitarlo. A Edipo, por ejemplo, el oráculo le vaticina que será el asesino de su padre y se convertirá en el esposo de su madre y, mientras más previsiones toma para que esto no llegue a ocurrir, más se acerca al cumplimiento del espantoso presagio. El hecho de conocer aquello que todavía no ha llegado a suceder circunscribe su existencia al intento de evitar los designios que inevitablemente lo llevarán a la tragedia.

Pensemos por un instante, si es que el ejemplo del arte griego nos parece muy alejado de nuestra realidad, que por casualidad -o porque alguien lo supo y vino a decírnoslo- nos enteramos de que dentro de dos días una persona, a la que hasta ese momento creíamos nuestra amiga, intentará agredirnos con la intención de robarnos una suma considerable de dinero que retiraremos del banco. Solo detengámonos a reflexionar cuántas cosas pasarán por nuestra mente. ¿Cómo nos sentiremos durante ese tiempo? ¿qué actitud tomaremos con respecto a quien planea atacarnos? ¿qué haremos? ¿iremos al banco o posponemos la transacción… o decidimos ir acompañados con alguien que nos brinde protección? ¿consideraremos enfrentarle antes de que sucedan los hechos y darle su merecido…? Toda una serie de elucubraciones influirán en nuestro ánimo y causarán una inmensa desazón en nuestras vidas hasta que el episodio encuentre una solución.

Examinemos ahora, desde esta perspectiva, los momentos finales de Jesús en este mundo. Él sabe, por supuesto, que uno de sus discípulos lo traicionará y que como consecuencia de esta deslealtad será apresado por las autoridades romanas para enjuiciarlo. Sin embargo, nos damos cuenta de que, a pesar de estar enterado de los hechos, el Nazareno no lleva a cabo ninguna acción para evitarlos. Consciente de que su misión en la tierra debe cumplirse tal como ha sido escrita, instruye más bien al traidor para que ejecute el papel que ya tiene señalado.

Nosotros, como lectores asiduos de La Biblia o simplemente como conocedores de estos episodios tantas veces referidos, tendemos a perder de vista la inmensa entereza de Jesús cuando le toca padecer los más difíciles instantes de su apostolado en este mundo. Un hombre con poderes tan especiales, que demostró su dominio sobre las aguas del mar, que expulsaba a los demonios alojados en las almas débiles, que hacía mirar a los ciegos, que sanaba a los leprosos, que multiplicaba los panes y los peces, y dejó en evidencia que conocía los secretos entre la vida y la muerte cuando resucitó a Lázaro, nunca sintió la tentación de utilizar esas virtudes milagrosas para el bien de sí mismo. Muchas veces, los personajes que se burlan de su martirio, o que lo acompañan en su dolor, le recriminan que no pone en práctica esos dones maravillosos para liberarse de la opresión. Sin sospechar que su grandeza reside mucho más allá de estas soluciones inmediatas, ya que el bendito galileo está consciente que su estadía en la tierra está signada por el sufrimiento y el martirio, pero sus poderes deben ser usados para el bienestar de los demás, para demostrar la grandeza de Dios, y no para evadir los designios de su redentora misión.

Si tomamos en consideración, volviendo ahora a la traición de Judas, que esta desencadena una serie de hechos para que Jesús sea salvajemente martirizado y crucificado, la magnanimidad de sus acciones se torna inmensa ante el comportamiento de todos los seres humanos que intervienen en los diferentes instantes de la Pasión. Acepta, como hombre y como hijo del Señor, su inevitable destino. En su condición de hombre, sufre y soporta los terribles dolores del castigo, pero no puede evitar que la duda, sobre la protección que debe brindarle el Padre, aparezca cuando la tortura no le deja otra opción. Como enviado de Dios, sin embargo, posee la absoluta certeza de que todo cuanto le sucede contribuirá a la salvación del hombre, a acercarlo definitivamente al reino de los cielos. Por esa razón se sobrepone a todas las vicisitudes y solo espera que, a través de su sacrificio se cumpla la sagrada misión que le fue encomendada y conocía de antemano.

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