Miércoles de Literatura/ El Sospechoso -cuento-/ por @cruzamilcar63

La mujer se encontraba sola ante un paisaje de ensoñación. Casi no tenía tiempo, su guardia comenzaría a las dos de la tarde, por eso ya se había puesto el uniforme y hasta el arma de reglamento la cargaba encima, sin embargo, el sargento Eduardo Cañizales, sin saber por qué, se quedó observando a la dama que se encontraba concentrada en las matas del jardín que bordeaban la inmensa piscina. La voz de un niño sonó a sus espaldas, ella volteó, le dio algunas indicaciones, mientras gesticulaba, y luego volvió a lo suyo.

_{Imagen tomada por el autor en la Granja Ecoturística La Verónica, Pantoño, estado Sucre, Venezuela.}

Pasaron cuatro minutos, aproximadamente, sin que nada extraño sucediera; el sargento Cañizales se dispuso a partir, ahora sí, hacia su lugar de trabajo. Se colocó la gorra con la insignia en el frente, se palpó el arma y tomó su chaleco antibalas, pero cuando levantó la mirada, se tropezó con el hombre escondido detrás de uno de los árboles grandes que se encontraba alejado de la mujer. Instintivamente llevó su mano derecha hacia el revólver; aquel sujeto estaba espiando a la dama y eran evidentes sus malévolas intenciones.

El hombre salió de su escondite y caminó tranquilamente hacia el automóvil que había dejado cerca de las habitaciones; el agente Cañizales lo observó sin moverse, intrigado por lo que pudiese hacer el sospechoso individuo. Ojalá que se marche y nada suceda por ahora, pensó sin estar convencido del todo. Debo ir a la comandancia, ya se pasó la hora en que debía recibir mi guardia, esta es la cuarta vez en este mes que llego tarde. Será otra amonestación que recibiré, pero como no tienen con quién sustituirme, nada pasará. El jefe tendrá que creerme todo esto que le contaré con lujo de detalles, debo saber cuáles son las intenciones de este tipo.

Cuando salió del vehículo, el hombre llevaba en sus manos un estuche de cuero; en cuanto estuvo de nuevo detrás del grueso tronco del árbol, lo desplegó y comenzó a manipular su contenido. Unió dos tubos alargados que se transformaron en una sofisticada cerbatana, extrajo dos poderosos dardos que examinó con retorcida complacencia y los introdujo en el arma silenciosa. Se llevó esta a los labios y apuntó hacia el jardín donde se encontraba la mujer, ajena a todo lo que estaba sucediendo a su alrededor. El sargento Eduardo cañizales se levantó de un salto y justo en ese instante repicó su teléfono móvil, era su esposa. Respondió de inmediato y dijo, sin detenerse a pensar: La va a matar, la va a matar y ella no se ha dado cuenta…

Desde el otro lado de la línea su mujer preguntó en seguida: ¿Qué, tú todavía estás en la casa, Eduardo Celestino, no te has ido a trabajar, te quedaste otra vez viendo películas en la bendita plataforma esa? Te van a botar de esa vaina y yo no sé qué vas a hacer después... No, no, ya me voy, contestó él, con voz apresurada; apagó la televisión y se marchó.

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