Cuando egresé de la escuela de entrenadores deportivos de Venezuela, siendo el segundo mejor promedio de mi promoción, me enviaron para Cumaná con trabajo fijo. Al llegar le dije a mi amigo Orlando Sánchez, aquí voy a conocer al amor de mi vida. Pero jamás me imaginé que ella para ese tiempo tendría, apenas dos años, y yo 19.

Comencé desde cero a formar a mis gimnastas en los parques y en las playas cumanesas, porque no había gimnasio de gimnasia en Cumaná.

Todo lo quería lograr rápido: Formar campeones se convirtió en mi norte. Al poco tiempo de haber llegado a Cumaná, me casé por primera vez con una chicaque había estudiado conmigo en la Escuela de Entrenadores. Se llama Deisy, y era una buena chica, pero teníamos proyectos de vida diferentes, y eso hizo que mi matrimonio durara poco.

Me divorcié y me quedé solo. Mi tiempo completo estaba dedicado a mi trabajo, pero cuando fueron cayendo los años, sentí el peso de los comentarios de amigos que me decían constantemente que debía casarme y tener hijos. La verdad es que tenía novias, muchas quizás, pero nada serio. Sin embargo, había una muchacha que jugaba voleibol y estudiaba Sociología en la Universidad de Oriente, que comenzó a gustarme mucho. El noviazgo duró poco, porque al poco tiempo nos casamos. Yo para ese entonces tenía 28 años. Su nombre es Donaida, y es la madre de mi único hijo, Víctor Manuel. Cuando él nació, yo iba a cumplir 30 años. Ese fue el momento más feliz de mi vida. Pero las cosas no se dieron como esperaba, y cuando mi hijo cumplió 5 años nos separamos. De nuevo estaba solo, pero tenía a mi hijo y eso me daba fuerzas para luchar. La verdad es que hice cuánto pude para mantener a mi familia unida, pero mientras más lo intentaba más dura se hacía la convivencia.

Luego tuve una relación con una chica que venía de un fracaso matrimonial y tenía una niña. Con ella pensé que todo iría mejor: ambos habíamos tenido fracasos amorosos y los dos teníamos hijos. Seríamos una pareja ideal, pero no se dio; y cuando cumplí mis 39 años, me encontraba sin compañera, sin hogar y con un hijo de nueve años. Comencé a vivir como un gitano, cuyo único compromiso con la vida era trabajar y hacer feliz a Víctor. Y fue en ese momento cuando ella llegó a mi vida. Mi Sol entró al Bar Sport a tomarse un café con unas amigas de la Universidad y con el Profesor José Malavé, amigo mío. Ese día llevaba un vestido largo, el cabello suelto y un montón de libros en los brazos. La vi y me gustó, pero me imaginé que era novia de José y decidí echarme a un lado.

Luego el destino lanzó los dados a mi favor y comenzamos Sol y yo a coincidir en los cafés, en las lecturas de poesía, en los conciertos que se hacían en el Centro de la ciudad, en el liceo donde yo daba los entrenamientos; y ella hacía sus pasantías docentes.

Poco tiempo pasó para que nos hiciéramos amigos; y el 12 de enero, día del cumpleaños de ella, el escritor Rubi Guerra dictó una conferencia sobre Édgar Allan Poe, y yo asistí como invitado de mi amigo Rubi. Al salir de la conferencia nos fuimos al Bar Madrir a celebrar el cumpleaños de Sol, y sentí que, por fin, había hallado al amor de mi vida. Bailamos, leímos poesía, hablamos de todo, reímos y fue una noche inolvidable. A los tres días, Sol y yo nos hicimos novios. Yo tenía 39 años, ella 22. Le llevo 17 años de diferencia. Pero, como dice la canción de Aznavour, en ella encontré todo lo que buscaba: amor, paz, amistad, solidaridad, hogar... Por eso, siempre tomo prestada las palabras de él para decirle:

Con tu pensamiento en mil locuras
Con tu gran amor das gusto a la vida
Yo encontré en ti toda una armonía
Y te amaré, siempre a ti, mi amor.