El doctor LeBrón era un médico tradicionalista y defensor de la sangría aún a finales del siglo XX. Tenía una familia grande y uno de sus hijos, Robert, también estudió medicina. Las visiones y paradigmas de ambos eran opuestas. Robert decía que la sangría era un método inútil y peligroso y su padre lo defendía con ahínco.

El hijo menor de la familia comenzó a presentar fatiga, dificultad para respirar e hinchazón en las manos y piernas. Para LeBrón la solución era obvia. La sangría. Para Robert no. Temía que este procedimiento terminaría matando a su hermano. La realidad era que el niño tenía una hemoglobina muy baja y el sangrado iba a causarle la muerte. Lo peor. Quien tenía el poder de decisión era el padre. Robert tenía que hacer algo.

Ese día, Robert, quien normalmente se levantaba muy tarde, llamó antes de salir el sol a la puerta del dormitorio de su padre:

_¿Qué pasa hijo? -preguntó el padre -¿por qué tanta angustia?

_Padre _dijo Robert -he recibido una llamada de uno de mis mejores profesores, y resulta que tienes razón, la sangría es la solución para mi hermano.

_Claro, hijo, te lo vengo diciendo -dijo el padre disponiéndose a ir por la sangre.

_Pero solo te pido algo padre -dijo Robert suplicante -que sea yo quien se la dé.

Rápidamente estaba Robert aplicándole la sangría a su hermano, quien se fue recuperando poco a poco bajo la mirada orgullosa del padre.

Al otro día, la madre se quedó sorprendida, al ver en el cesto de la basura muchas conchas de remolacha:

_Robert se debe estar haciendo vegano -dijo.

Fin

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