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Una de mis fábulas favoritas es "La zorra y las uvas," cuyo autor es el griego Esopo, quien vivió en el siglo VI antes de Cristo y es quizás el escritor más renombrados en este género. Cuando, siendo un niño, la escuché por primera vez, me sentí confundido. De acuerdo con la narración, la zorra realizó todo lo posible para alcanzar las anheladas frutas que se encontraban en un alto parral, pero no fue posible obtener lo que quería a pesar de sus esfuerzos.

En lo particular, me parecía muy acertada su actitud: "Si no puedo lograr mi objetivo, minimizo mis deseos y le resto importancia al hecho, permitiéndome incluso un cierto aire de desprecio para hacerlo más convincente." Sabemos, sin embargo, que la moraleja, la enseñanza de la fábula, no aprueba el proceder del animalito porque trata de engañarse a sí mismo, a través de la soberbia. Para mí, en cambio, era solo una forma de consolarse ante la inutilidad de su denodado empeño, por tanto, nada reprochable había en ello.

Son muchos los temas que pueden desprenderse de las enseñanzas de los cuentos de hadas, pero existe uno que se halla por encima de todos los demás: el bien siempre triunfará sobre el mal. Personajes como las madrastras, las brujas, los magos y reyes con malos sentimientos, todos los que conforman esa galería de procedimientos contrarios a las virtudes humanas, están condenados a la derrota, a recibir una ejemplar lección del destino.

Por esta razón, a medida que vamos asimilando estas historias, tomamos conciencia de que la envidia, la avaricia, la mentira, el odio, la venganza y otros sentimientos similares representan antivalores de la sinceridad, la ternura, el amor, la ingenuidad, la gratitud y de todos los que inducen a la tranquilidad del espíritu y, en general, a un mundo más humano.

Volviendo ahora a la fábula de La zorra y las uvas, yo solo observaba en ese relato el ferviente trabajo del animal por conseguir los frutos. Con su reacción final solo profiere el reconocimiento de su fracaso de la manera que, como cualquier ser vivo con sensibilidad, pudo hacerlo. Además, a nadie le hacía daño con sus palabras de auto consuelo.

Son muchas las fábulas, y los relatos de cualquier género que se adaptaran a mi mente infantil los que me narraba mi madre o los leía cuando eran de cierta extensión. Los cuentos tradicionales venezolanos de Tío Tigre y Tío Conejo eran nuestros asiduos acompañantes durante las horas nocturnas previas al sueño. Había otro que se titulaba "El loro maestro," que ella decía que lo recordaba de un libro de lectura que tuvo cuando estaba en la niñez, y creo que de ese mismo texto provenían narraciones como las del Caballo de Troya y algunas fábulas en versos (El asno y el cochino, Los dos gallos…) que muchos años después supe que eran del español Félix Samaniego.

Los cuentos clásicos infantiles, como Los tres cerditos, La bella durmiente, Caperucita Roja y muchos otros se encontraban en un viejo libro que había perdido la portada y que mi madre se sentaba a leérmelo de vez en cuando. Lo que más me gustaba, en esas ocasiones, eran sus explicaciones, escuchar la cascada fresca de su voz recalcándome las enseñanzas de cada historia y señalando a los personajes que se comportaban bien.

Cuando mis hijos estaban pequeños solía contarles las mismas fábulas que mi madre me relataba. Al igual que a mí, les gustaban mucho las de Samaniego, porque les atraía su rítmico fluir en versos con rima consonante. Tuvieron la fortuna de poseer una extensa bibliografía de cuentos e historias que era una obligación leerles antes de que se durmieran, además les encantaban las narraciones que yo les inventaba sobre una tortuga que tenían de mascota o sobre cualquier hecho curioso que les sucediese a ellos, a su mamá o a mí.

Uno de los cuentos, sin embargo, que siempre querían que les leyera era El traje nuevo del emperador. Me imagino que les gustaba, además del relato propiamente dicho, lo que yo les comentaba al final sobre lo inapropiado que resultan los engaños, sobre la sumisión de las personas que aceptaban una verdad tranquilamente sin detenerse a cuestionarla y sobre la sinceridad, la pureza del alma en un niño que se limitó a decir la evidente verdad.

Invito a los amigos:
@dianacatalina29,
@jennarg y
@mayberling

_{Nota: La imagen perteneciente al autor fue tomada con la cámara del teléfono móvil, modelo: Samsung SM-A135M.}