SEC-S11W1:"El momento más vergonzoso de mi vida como niño o padre"

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Estábamos disfrutando de las vacaciones en la isla Margarita, Venezuela. Para ese entonces, nuestra hija contaba con catorce años y el varón con nueve. Les encantaba viajar hacia ese destino porque, además de los atractivos paisajes naturales, había numerosos centros comerciales en los que podían pasear, degustar de sus platos preferidos y visitar las tiendas para, en la medida de lo posible, comprar todo lo que les apetecía. Pero ese sábado al que me refiero ahora era muy especial para ellos porque íbamos al parque de atracciones Diverland.

En cuanto llegaron al sitio, lo que en seguida les llamó la atención fue la inmensa montaña rusa y dijeron que esa sería la primera atracción que probarían. Pensé que su mamá les iba a negar esa posibilidad, debido a que la altura y las vueltas que daban esos pequeños trenes sobre los rieles eran sumamente enrevesadas, sin embargo, ella se mostró tan entusiasmada como los niños y aseguró que sería una maravillosa experiencia para todos.

A mí, que aquellas peripecias zigzagueantes de esos vehículos me habían intimidado desde el primer momento, no me quedó más remedio que aseverar, con la aguerrida confianza que siempre quise inculcarles a mis hijos, que disfrutaríamos como nunca del recorrido. "Será lo máximo," expresé con un grito de resuelta alegría. "No vayan a asustarse después que se encuentren allá arriba, -les aconsejé de todas maneras- disfruten sin pensar en más nada que yo no quiero estar atendiendo muchachos mareados y vomitando en pleno recorrido."

Apenas habían tomado altura los minúsculos carros cuando sentí que un escalofrío impertinente comenzó a subirme por las piernas hasta que se apoderó de todo el cuerpo. Mientras mi esposa y los niños vociferaban su regocijo con infinita emoción, yo estaba temblando de miedo y solo quería que aquello finalizara lo más rápido posible.

Cuando al fin culminó el recorrido y me bajé, casi no podía caminar porque las piernas me temblaban, estaba muy pálido y a punto de vomitar. Para disimular la vergüenza que sentía ante mis hijos manifesté que el desayuno me había caído mal, pero ellos sonrieron comprensivos y no me creyeron. Mi esposa, por su parte, me miraba preocupada y dijo que debíamos sentarnos un rato para luego continuar la diversión.

La vergüenza que pasé la tengo bien merecida, debido a que debí manifestar, desde el primer momento, que sentía temor de subirme a la montaña rusa, que me sobrecogían aquellas alturas y sus intrincados movimientos. Sin embargo, me empeñé infantilmente en demostrar ante mis hijos una valentía y un arrojo que estaba muy lejos de sentir para terminar evidenciando mis estentóreas debilidades. Mi errónea actitud de padre inquebrantable me sumergió en una incómoda situación que fue necesario explicar luego, aunque después solo se convirtió en una divertida anécdota más de la familia.

Nunca más, por supuesto, me he subido en una montaña rusa ni a nada que se le parezca. Además aprendí que es mejor expresar, desde un primer momento, nuestras dudas, nuestros temores, en lugar de querer aparentar actitudes o destrezas para las cuales no estamos preparados. Es muy bueno, en verdad, enseñarles a los hijos a tener confianza en sí mismos, a enfrentar nuevas experiencias, mientras estas no encierren ningún peligro para ellos o para los demás. Sin embargo, es necesario hacerles comprender también que las debilidades son parte de nuestra naturaleza.

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