Renunciar una vez más a mi trabajo, conseguir otros, ubicar colegios para mis hijos, guardar nuestras pertenencias en cajas y maletas, gestionar con el camión de la mudanza se hizo más difícil porque mi esposo ya se encontraba en la nueva ciudad que nos serviría de hogar, empezar una vez más, pero lo cierto es que aun no teníamos donde vivir y teníamos la responsabilidad de brindar techo a tres hijos, no conocíamos a nadie y mucho menos a la ciudad, mi esposo como siempre, muy responsable y comprometido se afanaba en quedar bien en el trabajo nuevo mientras que yo debía tratar de resolver lo que más pudiera a pesar que 3 horas de distancia geográfica nos separaban y sólo contábamos con el dinero de la venta de un apartamento que según todos nos decían no sería suficiente para encontrar casa en la nueva ciudad.

Durante el recorrido, en esa búsqueda inalcanzable, mi esposo vio una de esas casas donde tu mente echa a volar y sueñas por un ratico con:

─ ¿te imaginas que pudiéramos comprar una casa de estas?,

le preguntó por no dejar al agente inmobiliario cuanto costaba y evidentemente no teníamos la cifra, nos estaba haciendo falta como dos veces esa cantidad, aun así mi esposo me dijo:

─ ¡Sandra!, quiero que viajes a ver una casa, quien quita y ocurra un milagro y la podamos comprar, pero necesito que la veas porque tu sueles materializar lo que deseas con el corazón

me preparé para hacer un viaje ida y vuelta, no estaba acostumbrada a dejar a mis hijos bajo el cuidado de otras personas y mis padres siempre han sido de los que me dicen: tus hijos, tu responsabilidad, anda y ven.

Llegué a la casa y me pasó algo muy curioso, sopló una brisa de repente, las flores se movían con frenesí como diciéndome:

─ ¡Sandra!, te estábamos esperando ¡Bienvenida!

Fuente

Había un árbol que aun no sé como se llama, pero lo cierto era que tenía dos colores en sus hojas, como quien ve los dos hemisferios de un cerebro, tenía un lado con hojas amarillas y otro lado con hojas verdes, me quedé admirada viéndolo por un rato, tanto así que mi esposo capturó el momento con esta foto.

Él me preguntó: ¿te gusta la casa? y yo le contesté con una sonrisa, como el que le pregunta a un niño si quiere una golosina y asienta con la cabeza sonriendo.

En ese momento recordé las palabras que le dije a mi esposo cuando vine a ver la casa por primera vez:

─ Si nosotros logramos comprar una casa como esta, de seguro tendríamos que ponerle por nombre ¡Fe!, porque sería obra de Dios.