La humilde iglesia de Santa María de Cárdaba

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Hay ocasiones, en la que nuestra falsa visión de las cosas nos induce a pensar que la belleza y por defecto, la admiración, van parejas a una cuestión tan equivocada y en el fondo, tan banal, como es la de los volúmenes, hasta el punto de que pronto llegamos a considerar que cuanto más grande es aquello que vemos, más fantástico y monumental nos resulta.

En realidad, pocas veces nos paramos a pensar, que antes de que fuera posible la construcción de los grandes y sofisticados cenobios monacales que inspiraron a escritores modernos, como Umberto Eco, grandes joyas literarias, cual ese precedente de los best-sellers catedralicios de Ken Follet, que fue ‘El nombre de la rosa’, y que además, constituyeron el faro redentor que iluminó las grandes tinieblas medievales, hubo ermitas y pequeñas iglesias, que partiendo de la base de su aparente rusticidad y por lo tanto, de su humildad, sirvieron de digno ejemplo para la consecución posterior de esos grandes logros del espíritu.

Tal sería el caso, por ejemplo, de este humilde templo que pretendo mostrarles en la presente entrada, el comienzo de cuya historia, se remonta -lo cual de por sí, ya es meritorio- a los siglos IX-X, cuando los benedictinos comenzaron a instalarse en la Península Ibérica, siendo, quizás, el precedente que, poco tiempo después, pondría en marcha aquél gran proyecto, al que perteneció Bernardo de Clairvaux -San Bernardo- cuyo nombre, Císter, va indisolublemente asociado a un axioma que continúa perdurando actualmente: ‘ora et labora’; es decir, ‘reza y trabaja’, haciendo verdaderos vergeles de aquellos campos paraméricos en los que se instalaban y a cuyo alrededor, pronto comenzaron a fundarse villas y ciudades.

Situada a escasa distancia de Fuentidueña, entre los términos de Pecharromán y Sacramenia, precediendo, incluso en el tiempo, a los grandes talleres de cantería que levantaron lo más admirable del arte románico de la región, la primitiva iglesia de Santa María de Cárdaba es contemporánea de aquellos primeros condes de Castilla, como Fernán González, cuyas gestas contra el invasor agareno fueron épicos conatos de resistencia que forjaron los primeros cimientos de lo que después sería una nación y forman parte indiscutible de esas gloriosas páginas de oro del Romancero.

Aunque históricamente dependió de monasterios más grandes, como el de San Pedro de Arlanza -parte de cuyas maravillosas pinturas, actualmente se encuentran también en el famoso museo neoyorquino de The Cloisters- siempre mantuvo un cierto estado de independencia, ejerciendo e impartiendo sus propias leyes y siendo uno de los lugares más prolíficos de los alrededores, en el cultivo de un fruto muy especial: la vid.

Venido a menos con la denominada Desamortización de Mendizábal, en el año 1835, actualmente forma parte de una propiedad privada y apenas se puede contemplar, siendo, no obstante, lo que vemos de ella a simple vista, pegada junto a la carreterilla general, que unos kilómetros más adelante desemboca en Sacramenia, suficiente para rendirse, sin condiciones, a la genuina humildad de su planta -nave rectangular y cabecera en forma de tambor- y a la ingenuidad de unas representaciones escultóricas, hechas más con el corazón que con el talento, que enternecen y constituyen una gran lección para todos aquellos, que como auténticos sabuesos de un arte que rompió moldes, siguen con afición inusitada, las huellas de nuestro inconmensurable patrimonio artístico, histórico y cultural.

Y es que no siempre lo más grande e impactante, a priori, consigue conectar siempre con el espíritu, como puede llegar a hacerlo algo tan sencillo y humilde, como este grandioso ejemplo, que en el fondo es nuestra pequeña iglesia de Santa María de Cárdaba.

AVISO: Tanto el texto, como las fotografías que lo acompañan, son de mi exclusiva propiedad intelectual y por lo tanto, están sujetos a mis Derechos de Autor.

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