Este post es en participación al concurso creado por @belenguerra Donde debemos elegir entre las montañas o el mar. Para mi es bastante díficil hacer una elección y voy a explicarles el por qué.

Cómo ya les habré mencionado en post anteriores, yo crecí yendo cada fin de semana, día festivo o en vacaciones escolares al mar, mi abuela tenía una casita en un pueblo cerca de la costa y viajar hasta allá no era muy díficil. Desde que tengo uso de razón, toda mi familia ha estado viajando constantemente y organizando paseos recreativos, que nos ha permitido conocer casi al 100% toda la costa venezolana.

A demás, viajar en lanchas a las islas y observar el mar, caminar entre los bosques de las playas, hasta el lugar de los corales, o caminar los pedregales para llegar a la laguna, ir a los ríos más cercanos después de estar todo el día en la playa para poder quitarnos el agua de sal... Recuerdo que una temporada los cangrejos de toda la zona salieron de sus cuevas y estaban por todos lados, desde la playa hasta el pueblo donde estába la casita de mi abuela, eran demasiados, tanto que caminar era díficil e invadían las casas y todos los días en las mañanas teníamos que barrer los cangrejos hacia afuera. Son tantos recuerdos inigualables y mi felicidad era muy evidente.

Pasábamos semanas yendo todos los días al mar, no nos cansabamos jamás y siempre queríamos estar viviendo nuevas experiencias. ¿Alguna vez han comido cotufas o caraotas (frijoles negros) con pastas en la playa? Bueno, nosotros si; no nos importaba lo poco o mucho que tuviéramos solo queríamos disfrutar de la inmensidad de la naturaleza.

Cuando cumplí 18 años me fui a vivir a Mérida, que es un estado perteneciente a los Andes de Venezuela. Iba a comenzar a estudiar en una de las universidades más importante del país. Mi felicidad era enorme porque amaba la ciudad, que ya había conocido en excursiones anteriores con mi familia, y también amaba la carrera que iba a estudiar. Vivir allí me permitió conocer más a fondo la naturaleza de este lugar.

Conocí a personas maravillosas con las cuales organizamos acampadas en estos lugares, a todos nos encantaba el frío, hacer fogatas, cantar a todo pulmón viendo las estrellas, caminar en medio de la neblina y desear con todo nuestro ser que saliera el sol a la mañana siguiente para poder calentarnos mientras tomábamos té.

A nosotros nada nos detenía. Una vez subimos a un páramo de noche, bajo la lluvia, casi sin ver nada, solo con la única esperanza de que cuando llegáramos íbamos a poder calentarnos en las aguas termales que se encontraban en ese lugar, y así fue. Fueron muchas experiencias y tengo tantas anécdotas que me abarcaría más de 5 post para poderles contar todo.

Con mi familia no solo conocí playas, sino también montañas y una de ellas fue Barbacoas, estado Lara. Creo que nuestro mayor deseo era vivir ese sensación de libertad que brinda la naturaleza y poder conectar con ella, saber que como humanos no somos la mayor y más importante creación de este mundo, conocer que hay algo más grande e imponente de lo que podemos ser nosotros nos confirmaba de que Dios si tenía que existir, y lo conocimos en estos lugares.

Uno de los mejores recuerdos que tengo en una montaña es cuando subí con mi papá y mamá al cerro más cercano de nuestra casa, lo que hizo maravilloso este paseo fue que era tiempo de lluvia, todo estaba nublado, mi papá y yo llegamos primero a la cima y mamá venía detrás. Recuerdo estar hablando con papá sobre las nubes y de que estaban hechas cuando al momento una nube nos arropa completamente, y papá me dice: —no te muevas, quédate donde estás, abre los brazos y disfruta la nube—, yo veía a mi papá a la distancia de dos metros envuelto en neblina y con los brazos hacia el cielo, agradeciendo a Dios por sus maravillas. Al pasar por completo la nube, nos dimos cuenta que ambos estábamos empapados, pues las nubes estan hechas de agua y mi impresión al momento fue muy grande (yo tendría 7 u 8 años tal vez).