Teodoro, era un bibliotecario que después de pasar el día rodeados de libros, iba al Café de la avenida de piedras. Su perfume era muy suave combinaba con su forma de ser; cada vez que él iba al café, estaba una chica de cabello liso escribiendo muy inspirada, pero cada vez que ella lo miraba él se sonrojaba y le regalaba una sonrisa.

Una tarde ya el ocaso hacía lucir la ciudad muy hermosa y el ambiente en el café estaba muy agradable, esa tarde, Teodoro llego muy temprano para ver a la chica de cabello liso, mientras la esperaba se puso a leer. Al rato, la chica llegó al café y él le sonrió y le dijo: Hola, la estaba esperando. ¿Me permite? Ella muy sonriente le dijo: Por supuesto. Teodoro le acomodó la silla y ella se sentó.

Disculpe, me llamo Teodoro.

Oh un placer, me llamo Anna.

Bueno señorita Anna, la estaba esperando para invitarle un café y conversar un poco, me agrada la manera en la escribe, se sumerge en la historia profundamente, que no sabe cómo soltar el lápiz que tienen sujetado en sus bellas manos.

Ella lo miraba y se pedía en el laberinto de sus ojos, estaba petrificada, no podía moverse, cada palabra de Teodoro para ella era un bonito elogio.

Bonitas palabras Teodoro, si, en realidad me gusta escribir y casi todas la tardes después de dar clases vengo a este café.

¿Eres maestra? Oh, yo soy bibliotecario, me gustan los libros desde niño, también escribo pero muy poco. ¡Qué bonita conexión a usted le gusta escribir sin embargo, a mí me gusta leer!

Si, justamente iba a decir eso. – dijo Anna.

Mira el cielo, que bello, es un placer mirar el cielo y tomar un café con una bella dama.

Gracias por cada palabra querido Teodoro. – le responde Anna.

De nada, mucho antes te hubiera invitado a este café, pero me alegra mucho que a partir de ahora voy a conversar con usted y junto a una deliciosa taza de café en este balcón que hace que el las estrellas le de armonía a nuestra plática.

De acuerdo, cada platica en este balcón entre usted y yo será lo más hermoso que apareciera el cielo estrellado y sus ojos.

Teodoro se levantó de la silla, le pidió la mano a Anna y sus miradas se perdieron una entre otra y se abrazaron tan fuerte que pareciera que se hubiesen necesitado toda la vida.

Así pasaron las tardes en el café, hasta que por fin pudieron estar juntos y felices para siempre, rodeados de libros y mucho amor.