Sempiternas gratitud a la anfitriona @anay1705 que en retrospectiva nos lleva a la sublimidad imaginaria de la extrañez de la infancia inocente, vilmente traspuesta por autocrática adultez.

Guardo en el intimo eterno el deseo incólume de una infancia mágica donde la disfuncionalidad no pudo doblegar el deseo indomable del niño que erijo su propio mundo. Remembranzas que extraño, que deseo y cada día que transcurre ahogado en nostalgia pido el deseo de volver a mi niñez, la misma que viví a pesar de aquellos sin sabores que trajo incluida el dibujo libre del creador a mi vida.

Las Pinceladas fraguando una historia, con matices pigmentadas en sintonía con el blanco lienzo, donde el acuarelista omnipotente el dibujante omnipresente, el escultor omnisciente, se preparaba para el trazo sin desperdicio, una india blanca bienhechora, 4 hermanos cimentando los mismo sueños, unos amigos leales en las travesuras indomables, un riachuelo, matorrales de mangos, las gigantescas matas de mamón, los animales domésticos, los aprovechables y los salvajes.

Imperecedera, añorada y Perfecta con el alcaraván y las garzas dispuestas alegrar el paisaje cuando meditabundo me perdía en el horizonte infinito acompañando mí melancolía infantil. A Dios imploro que antes de mi salida del plano tangible pueda concederme una vez más un día como niño.

Correr por las aguas tristemente contaminadas del riachuelo San Rafael y salpicar toda mi humanidad y con ellas la de mi cuadrillas de hermanos y amigos que incansablemente fatigábamos al tranquilo anfitrión, que abría sus aguas para nosotros, concediéndonos sus afluentes para las mágicas ocurrencia de una vida como niños sin lujos y sin juguetes pero con una naturaleza entera para nosotros.

Los corronchos, las viejitas, las anguilas, los caballitos de agua dulce alegraban las travesías, la encubridora vegetación que ocultaban a los enamorados, saltaban sobre la flora el ágil colibrí y en los pasajes largos en busca de la reina de las ramas, las iguanas y la resortera en las manos para hacernos de ellas y comer de su carne como muchacho travieso.

Escuchar el canto del pájaro negro Luis era un espectáculo, su trova es un recordatorio que Cristo fue, lo recuerdo lo añoro y quisiera volver a escucharlo, Cristo fue, Cristo fue y así iba tras nosotros como cuidando Nuestro andar.

Volvería a caminar bajo la lluvia que tenuemente romantizaba el ambiente, regresaría a enamorarme de la misma niña, tomar su mano y caminar bajos las gotas sutiles, una vez más la llevaría acompañarme a divertirse en la provisional carretera de asfalto donde improvisadamente todo el callejón se reunía para las caimaneras de peloticas de goma un ritual impostergable y dedicarle cada atajada y batazo con beneplácitos de todos los veedores.

Después del juego no había nada más emocionante que un chapuzón en la poza, sentir la adrenalina de cruzar y lanzarse en el torrente crecido por aguacero, un momento romántico de galantería favorable para lo que andábamos enamorados.

En las tarde calurosas una vez más disfrutar de las tertulias en la acera, debajo de una sombra que nos proveía un frondoso árbol de mango, allí con mis amigos contemporáneos hablábamos de todo y organizábamos nuevos juegos y aventuras, en oportunidades la mofadura terminaba en piñazos que al pasar de las horas se nos olvidaba y seguimos en nuestra faena interminable de jugar fútbol, béisbol, básquet todo de manera improvisada sin la rudimentaria adecuada pero colmada de magia, inevitable no querer repetir las mismas hazañas.