En un pequeño pueblo vivía un joven huérfano de unos 17 años llamado Salvador. Salvador era un muchacho muy alegre y trabajador, siempre tenía una hermosa sonrisa en su rostro que podía ser vista por todos los habitantes del pueblo cada mañana.

Todos los días, Salvador salía de su pequeña morada y visitaba las 36 casas que había en el pueblo con la intención de ayudar en cualquier oficio que le permitiera ganarse algo para sustentar sus necesidades. Desde cargar sacos de verduras, la limpieza de varios hogares, el cuidado de niños más jóvenes, la cría de animales para el consumo humano. Salvador tenía una larga lista de tareas que cumplir diariamente para tener algo de comer, afortunadamente, las personas del pueblo le querían mucho, no solo porque trabajaba para ellos, sino porque era un joven solidario, honesto y muy alegre quien con su sonrisa hacia brotar en otros un sentimiento de tranquilidad.

Salvador fue abandonado por su padre incluso antes de nacer, mientras su madre falleció cuando tenía diez años. Justo antes de morir ella le dijo: “Salvador, debes vivir tu vida todos los días con una sonrisa, no dejes que las dificultades te hundan, recuerda, no estás solo, yo siempre estaré contigo aunque no puedas verme…”

Salvador nunca entendió por completo las palabras de su madre, pues ella no menciono que, desde su nacimiento, Salvador había sido diagnosticado con una enfermedad muy extraña, los médicos le habían dicho, solo podrá vivir hasta los 18 años, es algo irremediable.

Cuando la madre de Salvador se enteró de la condición de su retoño, entro en pánico, sin saber cómo actuar, durante mucho tiempo estuvo desesperada en el fondo de su corazón, pero ese temor con el tiempo fue reemplazado por un deseo inquebrantable de hacer feliz a su hijo, aunque fuera solo por un corto tiempo, lamentablemente, ella no sabía que dejaría a su amado hijo a merced del implacable tiempo y una gris soledad.

La verdad, Salvador no se sentía tan solo. Después de la muerte de su madre, Salvador empezó a trabajar, y con el tiempo, a pintar. Una de las familias que más apreciaba a Salvador, recompensaba su trabajo con pintura, pinceles, y lienzos que traían de la ciudad más cercana.

Todos los cuadros que Salvador pintaba eran de su madre. El la pinto de todas las formas posibles que se le ocurrió, incluso la pinto siendo un bebe, al final, el último cuadro que Salvador pinto fue cuando estuvo postrada en la cama mientras le sonreía cálidamente.

Cuando Salvador murió, fue encontrado en su cama junto al último lienzo que había acabado, y en sus manos manchadas de pintura sostenía una foto de su madre, la cual tenía escrito “Siempre te amare”.