En una noche de la que nada se esperaba, apareció como por arte de magia, saludando con vehemencia desde la oscuridad de aquel bar. Con una sonrisa que enmarcaba el camino y suave parsimonia, nos dirigimos hacia él y su acompañante; reímos, bebimos y charlamos sin más. El rato se hizo eterno, los asistentes fueron hábilmente desapareciendo y, con ello, tan sólo quedábamos los dos. Por primera vez, Narciso y yo. 

Risas amenas y una conversación que fluía con facilidad, se ofreció a llevarme a mi casa, como si aquello significase un camino estrictamente necesario para llegar a la suya. Poco más tarde, me enteraría que todo fue parte de su escabroso plan. Los faroles de la calle pasaban, los nervios se acrecentaban, ¿qué era lo que debería hacer? La ansiedad siempre presente, sembrando su camino para cosechar dudas y más dudas, para obligarte a pensar una infinidad de veces tus movimientos. Que sí, que no, que no podemos, que animémonos, que se vaya todo al diablo. 

Pasaron los días y la relación prosperaba, era una bocanada de aire fresco entre tanta monotonía, el arcoiris en un día eternamente nublado. Entre meriendas compartidas, noches eternas, cervezas ahogadas en excusas que pretendían esconder las ganas de vernos y charlas ridículas y no tanto, me fui perdiendo, cayendo rendida ante los pies de mi predador. Entre pliegues de sonrisas, tazas de té y sus ansias de vomitar comentarios de una mente pensante, era fácil perderse, entregarse a brazos que no dudaban en despedazarte y ceñirte a cenizas. Casi con la felicidad de un masoquista ante el presentimiento de generarse dolor, me dejé ser con el enemigo, con una impunidad sencillamente enfermiza. Fui tan ilusa en confiar.

Lo que parecía oro, poco tardó en mancharse y mostrar sus remaches de hojalata oxidada y pútrida; la nada de cariño se hacía presente con su fatídico sufrimiento, con los pensamientos arremolinados y la lúgubre ansiedad expectante, a cada paso, para hacerte saber que las cosas ya no estaban bien. Fue tan sublime su juego, tan estratega que un conflicto bélico hubiera sido reducido, ni más ni menos, que a un juego de niños. Que sí, que no, que no podemos, que podemos probar, que no sé qué me pasa. Narciso, sin más, mostrando sus afiladas garras preparadas para la destrucción y, en el otro extremo del cuadrilátero, mi corazón, desgajado y maltrecho, expectante por el golpe final. 

El tiempo sana o ayuda a remediar aflicciones, para cuando la herida estuvo suturada y la hemorragia había llegado a su fin, nuevamente hizo acto de presencia. Era inefable su caradurez, desinteresada convicción de continuar con su comitiva de destruir lo que le había quedado pendiente, magistralmente dictado por una mente que no descansaba. Su acercamiento tan inesperado y el reconocimiento que aún sentía cosas por mí encajaba a la perfección con mi nostalgia de nuestro pasado. Presa fácil, danzando deliciosamente ante el ave carroñera, expectante por sus garras. Vi repetir la historia, sus caricias como siempre y los momentos compartidos con la mayor de las felicidades. Poco consciente de la tormenta en el horizonte, me dejé ser para que volviéramos a conjugar nuestros presentes. 

Y aquí es donde empieza la historia de Narciso, que qué persona tan fabulosa, que qué grácil había sido el destino para entrelazar mi destino con el suyo, que qué hermosos momentos compartidos. La sangría comenzó, las mentiras tergiversaban el escenario; su inimputable tranquilidad a la hora de inventar su mundo paralelo es algo que aún, al día de hoy, logra darme escalofríos. Un cinismo nunca antes visto; una mente brillante que no puede callar, escondida detrás de un sádico con una daga. El estratega despliega su juego y pone su partida sobre la mesa, era mi verdad contra la suya, mis hechos contra una realidad dibujada por sus incongruentes palabras y la desesperante sensación de no saber cuál de todos sus hilos desenredaban su metódica telaraña de falsedades.

Narciso, Narciso, Narciso, ¿cómo definirlo? Un psicópata escondido entre las sombras de un pibe bien, una cabeza pensante y una conexión que me hacía vibrar. La eterna confusión de un alma que no podía descansar, cuyos sentimientos eran ahogados, reprimidos y asesinados. Tan íntegro como un terrorista, con su sed de atención tan insaciable, siempre esperando más de los demás a cambio de la nada misma; balbuceando palabras incongruentes con sus acciones, vomitando mentiras ponzoñosas y venenosas. Haciendo lo que más le gusta con quienes no son él, jugando y destruyendo, erosionándome en ansiedad y reduciéndome a la nada. Trastabillando y apuñalandote por la espalda, como la persona cobarde y vil que es; poniendo una sonrisa y dándote un abrazo, cuando en su espalda se encuentra la espalda que te hará sangrar. 

Narciso, creyéndose la créme de la créme, leyendo sus textos y vociferando información a diestra y siniestra. Narciso, barajando su partida de cartas, con tu corazón en el medio. Narciso, con su mirada fija en la nada y semblante duro, prometiéndote la luna. Narciso, el mitomano serial disfrazado de cordero. Narciso, el narcisista.