La noche eterna. Por: @buff4aurelionsol. |Historias cortas con un giro.|

in Writing & Reviews3 years ago

Buenas tardes, comunidad, hoy estaré participando en el concurso semanal el cual tiene nos invitó @belenguerra y @fendit. Muchas gracias por ofrecer esta oportunidad, sin más preámbulos los dejo con mi historia corta.

La noche eterna

El rumor del agua le resultaba reconfortante, mientras que con cada pisada de sus patas traseras iba dejando grandes huellas en la fría tierra húmeda. Sus ojos rojizos miraron hacia el cielo con la esperanza de que algún cambio positivo hubiera ocurrido, sin embargo, el cielo todavía estaba bajo el manto de la noche, parecían sombras. «Aunque, esos tonos azules oscuros, casi morados, me dicen que es temprano, aún no es la verdadera noche. Solo una me quedan dos días más y me quedaré atrapado aquí para siempre y no podré ayudarla», pensó con tristeza mientras se tiraba un poco de los bigotes; al menos estaban las luciérnagas. Había aprendido que en aquél lugar no existía el día, solo existía la noche y la oscuridad. En la noche estaban iluminados por millones de luciérnagas que sobrevolaban el cielo, sin embargo, cuando la Oscuridad llegaba traía consigo un gran frío que impedía que estas se mantuviera fuera de resguardo, haciendo que todo fuera penumbra.

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Cinco oscuridades habían pasado desde el momento en que llegó a ese lugar, había recorrido mucho y había intentado muchas cosas para tratar de volver; sin embargo, nada había funcionado, había sido engañado y lo más seguro era que pasaría el resto de su vida en aquél lugar.

Escuchó una rama quebrarse a sus espaldas y el león volvió su vista hacia allá, sus ojos fueron adaptándose a la penumbra y miró como de detrás de los arboles iban apareciendo unos lobos de grandes proporciones; eran enormes, tenían los pelos encrespados, le enseñaban sus grandes colmillos y le gruñían mientras avanzaban lentamente hacia él. El león buscó con la vista algo que usar como arma para defenderse de los tres lobos que tenía al frente, pero no encontró nada más que rocas. Las tomó entre una de sus patas y fue caminando hacia atrás para mantener la distancia de aquellos gruñidos y grandes colmillos.

—¡Atrás! —gritó el león con las piedras en mano.

Uno de los lobos emprendió la carrera hacia él león y saltó hacia el para darle una dentellada, el león tropezó y cayó en la orilla del río, a su vez, el lobo había salido impelido hacia atrás con un quejido.

—Hollow siempre ha sido un lugar lleno de magia y criaturas curiosas, pero es primera vez que veo a un león negro, que andas en dos patas y que intente defenderse de tres huargos usando rocas —la voz al que le pertenecían aquellas palabras era a un hombre de edad indescifrable, su rostro no mostraba arrugas ni señal claras de vejez y ni siquiera una cana se mostraba en su cabellera; sin embargo, aquellos ojos, uno amarillo y otro azul le anunciaban al león estar llenos de sabiduría y muchísima experiencia.

El león que había sido golpeado por el recién aparecido se paró claramente furioso y él, junto a los otros dos, salieron al ataque. De un movimiento de manos del hombro apreció una gran ventisca que arrastró a los tres lobos muy lejos, algunos árboles que estaban cerca de ellos se quebraron, otros se cayeron y los más pequeños terminaron arrancados de raíz y desaparecieron junto a los lobos.

El león miró sorprendido a aquél hombre y tuvo cierto recelo de acercarse a él.

—Muchas gracias por salvarme —dijo el león de gran melena gris mientras salía del agua y tomaba cierta distancia del hombre por si este lo quería atacar; sin embargo.

—Mi nombre es Céfiro, he venido a este lugar desde muy lejos para buscarte, no tienes nada que temer de mí, muchacho, pues yo seré tu guía —le dijo con una sonrisa que le hizo recordar de las estrellas—. Sé lo que eres y lo que quieres. He estado esperándote desde hace mucho tiempo.

—¿Cómo puedes saberlo? No me conoces, no sabes por qué estoy aquí ni lo que quiero. Dices que serás mi guía, pero ¿hacia dónde quieres llevarme? —los ojos del león denotaban miedo y nerviosismo.

—Llegaste a este lugar porque deseabas algo más que nada en el mundo. Todas las personas desean, pero solo las que tienen un deseo tan intenso como el vivir llegan a este lugar. Eres un humano, al igual que yo, un muchacho apenas. No solamente se te dio el paso al Hollow, sino que con tu llegada se te dieron las herramientas para cumplir tu deseo —el hombre caminó hasta donde estaban los árboles que se habían caído, los tocó y estos volvieron a su sitio, intactos—; sin embargo, las herramientas sin la voluntad de usarlas son inútiles.

El hombre se paró frente del león y le sostuvo la mirada, era una mirada firme, pero con claros indicios de amabilidad, tenía que subir un poco la vista para poder mirarle a los ojos carmesí del león.

—Ahora, dime, muchacho, dime tu nombre y la razón verdadera que te trajo a este lugar, para así poder ayudarte.

—M-mi nombre es Lucas —dijo con nerviosismo. El hombre a escuchar ese nombre sonrió y asintió como si ya supiera que iba a decir ese nombre—, mi abuela está enferma, se golpeó la cabeza por mi culpa y no recuerda muchas cosas… solo quería que ella recordara, que me recordará a mí. Lo pedí con todas mis fuerzas al irme a dormir y luego aparecí aquí, convertido en esto —se señaló el cuerpo con las patas delanteras.

El hombre colocó su mano en el pecho del león.

—Tu abuela estará bien, Lucas… pero todo lo que queremos, necesita un sacrificio, no se puede recibir sin dar nada a cambio. Es una regla fundamental. Sin embargo…, hemos malgastado muchísimo tiempo, todo lo que está aquí más de siete oscuridades queda atado eternamente a este mundo. Dejarás de pertenecer a tu mundo y esta será tu verdadera realidad. Allí —señaló el hombre con el dedo una montaña que se veía a la lejanía, en la cima de esta se veía reposando un gran palacio—, allí tenemos que ir para que regreses a tu casa. Será peligroso, lo admito, allí vive el causante de que todo este lugar sea eternamente de noche, pero allí habita la única vía para que regreses a tu mundo. Yo te protegeré. Solo tienes que prometer que confiarás en mí y serás valiente.

El león pasó unos cuantos minutos caminando de aquí para allá, dubitativo, tratando de decidirse, todas las personas y criaturas que se había encontrado en su estancia en el Hollow, había escuchado miles de cosas horribles acerca del hombre que vivía en aquél palacio, de toda su vileza, y que él era el motivo por el cual nunca había día; sin embargo, al final terminó decidiéndose aceptar la ayuda del hombre.

Ellos se habían resguardado de la Oscuridad en una cueva. Cuando las luciérnagas salieron, Céfiro lo despertó para que comenzaran la marcha nuevamente. El león desde que había llegado al Hollow se había comportado siempre con miedo, había estado siempre alejado de las personas por miedo de que lo atacaran por verse como un león, empero, se encontró con varias personas y no se habían mostrado temerosas ante él luego de conocerle, ellos eran los que le habían informado en lo poco que sabía de aquél lugar, sin embargo al poco tiempo este los abandonaba para no darle la oportunidad de que pudieran hacer algo en su contra después. En aquella ocasión llegó a un pueblo que estaba en las faldas de la montaña; se llamaba Las Laderas, había mencionado Céfiro. También había explicado que debían pasar por ese pueblo porque allí era que pasarían para llegar a la Escalinata de la Creación, para poder subir hasta el palacio.

Había casas de aspecto totalmente normal y otras que se asemejaban a cuevas, otras parecían frutas y algunas estaban encima de árboles. Los habitantes del pueblo eran humanos y unas criaturas de aspecto humanoide que parecían estar hechas de árbol, hojas y musgo, estos convivían entre ellos, y notó que había parejas de humanos y aquellas criaturas; se llamaban mandragorians. Tanto los humanos como los mandragorians se veían amables, pero el león notó que muchos miraban mucho hacia el inicio de la escalinata con recelo, y cuando ellos notaron que él y Céfiro se dirigían hasta allá muchos le advirtieron que no lo hicieran.

—¡Hace cinco oscuridades apareció un monstruo, un monstruo que fue enviado por el rey para evitar que cualquier persona se atreviera siquiera a tocar un escalón, si llegan hasta ahí aparecerá y los devorará!

—Gracias por advertirnos, mi amigo; pero, lamentablemente, monstruo o no, debemos continuar. Menesteres importantísimos requieren de nuestra presencia en el palacio, y no podemos evitar dilatarnos más tiempo. Este muchacho necesita salir de aquí este mismo día o se quedará aquí por siempre.

A pesar de mostrarse reacios a dejarlos continuar, la gente del pueblo los dejó marchar, puesto que las palabras de Céfiro les habían convencido de hacerlo. Ellos continuaron, para mala suerte del león, puesto que las palabras de la gente de pueblo no habían logrado otra cosa que alimentar sus temores.

Cuando llegaron al pie de la escalinata lo vieron acostado y esta al verlos se puso de pie; era una criatura de cuatro metros de alto, tenía grandes piernas con garras enormes y afiladas en ellas, dientes afilados los cuales parecían la hoja de grandes cuchillos y unos brazos sumamente corto. El león supo que aquella criatura era un dinosaurio.

El león miro a Céfiro con temor, pero el hombre si miraba tan calmado e impasible como siempre. Céfiro le miró y le sonrió para transmitirle tranquilidad y la confianza que necesitaba para seguir avanzando, luego se adelantó y se puso a unos metros del dinosaurio y exclamó en tono alto e imponente.

—¡Te pido que te hagas a un lado amablemente, criatura, tengo asuntos que tratar en el palacio que usurpa tu amo, hazte a un lado o sufrirás las consecuencia de mi ira! —habló él como si él mismo se tratara de algún rey de leyenda.

El dinosaurio simplemente rio.

—Viejo, estúpido, ¿quién te crees para darme órdene? Reconozco que tienes agallas, ninguno de los de tu raza las tiene, pero no por ello te dejaré libre sin castigo alguno. Te mataré y me encargaré luego de comerme a la mascota que traes contigo. Pagarás muy caro tu osadía.

El dinosaurio fue corriendo hacia él con la mandíbula muy abierta con intención de comérselo de un bocado. Céfiro unió las palmas con los dedos viendo hacia el cielo y luego las despegó, se escuchó como la tierra comenzó a temblar un poco y cuando el hombre había despegado las palmas el suelo debajo de las patas del dinosaurio se abrió y se tragó a la criatura dejándola caer al vació, mientras caía se escuchaba el rugido la criatura al caer. Céfiro movió la mano y la tierra donde se había abierto el suelo quedó sellada nuevamente. Luego, este simplemente siguió su camino y comenzó a subir los peldaños.

—¿A qué esperas, muchacho? —exclamó Céfiro con voz animada, deteniéndose entre uno de los escalones.

El muchacho estaba impresionado por todo lo que había observado, no acababa de entender qué era lo que había pasado. Céfiro era muy poderoso, bastante, quizás lo suficiente como para en serio lograr hacer que regresara a su casa, a su vida y poder ver a su abuela.

—¡V-voy! —respondió él mientras corría en cuatro patas para alcanzarle, pues Céfiro había vuelto a caminar y tenía miedo de que si se quedaba muy rezagado el piso fuera a abrirse una vez más y que el dinosaurio apareciera nuevamente para cumplir su cometido.

El león tenía esperanzas.

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Había tardado un tiempo considerable en subir a la cima de la montaña, pero al llegar al final el esperó encontrarse con unas murallas que protegieran el palacio, empero, este carecía de estas, además lo que vio lo sorprendió: el palacio estaba cubierto de hielo. Ellos se abrieron paso en este pues no había soldados ni nadie que impidiera el paso, lo que no extrañó en nada al león. «El rey de seguro hubiera esperado que con colocar a aquél dinosaurio allá abajo, hubiera bastado. Además, ¿qué clase de loco vendría a este lugar por voluntad propia? Ni siquiera sé que hago yo aquí».

Cuando ellos entraron al palacio pudo notar cierta presión en el cuerpo, recuerdos tristes le pasaron por la mente justo en ese momento. Notó que en las paredes había pinturas colgadas, había obras de arte hecha con arcilla, en algunos lugares, y de cerámica, pero que eran casi imposible de apreciar cómo era debido ya que todo estaba en penumbras. Algo que le mantenía bastante inquieto era el constante sentimiento de abatimiento y depresión que sentía.

Estuvieron en el salón del rey, allí estaba el trono y en él estaba sentada una gran armadura negra con adornos azules, a su lado, una gran maza negra. Mientras estos se adentraban más, el león pudo ver sombras en la oscuridad, sombras que estaban en todas partes y terminaron introduciéndose dentro de la armadura. Dentro del casco se vieron únicamente el brillo de dos ojos, uno amarillo y otro azul, pero por lo demás no había cara alguna, solo sombras, era como humo negro.

—Ya han llegado… —dijo el rey con voz grave, mientras apoyaba la cabeza en su mano puño derecho. El guantelete que traía parecían tenía adornos en azul y daba la impresión de que los dedos fueran garras—… Si llegaron hasta aquí significa que mi guardián no sirvió de nada contra ti, Céfiro. Pero, teniéndote aquí tan próximo, ya no tendré que preocuparme. Has traído al cachorro, como supuse que harías, ¿aún sigues creyendo que él será la salvación que tanto anhelas? No me causa ni siquiera gracia.

De un movimiento de manos salieron disparadas lanzas de sombras hacia donde estaban ellos, el león apenas pudo esquivarla a tiempo, sin embargo sintió como manaba sangre de un costado, le había rasgado parte de la carne. Miró la herida con ojos desorbitados, lleno de estupor. Sintió un gran dolor y un frío insufrible recorriéndole desde la herida hasta llegarle a todo el cuerpo. El león quedó tirado, temblando, en el suelo mientras se quejaba por el dolor.

—Patético.

El rey se puso en pie y levantó la maza con su mano derecha, cada paso que daba próximos hacia ellos emitía un sonido metálico que reverberaba por todo el salón. De la mano de Céfiro apareció una especie de mandoble, hecho de viento, era como si el viento se hubiera condensado y compactado para darle forma. Por primera vez la actitud calmada de Céfiro no estaba, se miraba más bien enojado, Céfiro se hecho la carrera y tanto él como el rey atacaron a la vez, las armas chocaron y los dos quedaron forcejeando,

—No eres más que un simple vestigio de lo que una vez fuiste, anciano —dijo con desdén, mientras abarcaba terreno y lograba poner a Céfiro de rodillas debido a su peso y el de su arma. Algunas sombras salieron del casco y adoptaron la silueta de manos largas que se ciñeron a la garganta del hombre para estrangularlo—. Pudiste haberte quedado donde estabas, lejos, pero viniste hasta acá creyendo que un niño que apenas dejó el seno de su madre podría salvarte.

El mandoble desapareció y Céfiro emitió un grito al recibir de lleno el ataque del rey. Quedó tirado en el suelo, sangrante, sintiendo la fría bota metálica en su pecho, pisándole con fuerza dejándole presionado contra el piso como si fuera una simple cucaracha.

—Te perdoné la vida una vez, porque fue gracias a ti que aparecí en este mundo, pero te advertí que si volvías una vez más a este lugar no mostraría nuevamente misericordia.

Cuando aquella criatura hecha de sombras había quitado el pie del pecho de Céfiro y lo había levantado en vilo con las manos, el león lo miraba entre quejidos, observó cómo Céfiro gritaba y su cuerpo comenzaba a palidecer; era como si se le estuviera drenando la vida y las energías. El ojo azul de la criatura se volvió tan brillante que parecía estar hecho de hielo mismo. El cuerpo de Céfiro fue arrojado al suelo y el rey comenzó a reír.

—¡Tengo todo ahora, todo! —decía entre risas. El casco de la armadura quedó viendo hacia arriba, el cuello que lo sostenía estaba hecho de sombras; los ojos, tanto el amarillo como el azul miraban el techo del palacio. Sostuvo la maza con las dos manos y embistió el aire con esta, arrojando una gran ráfaga de aire que destruyó todo el techo mandando a volar los pedazos de escombro lejos. La noche engulló el salón principal. Él extendió su mano derecha hasta donde estaban las millones de luciérnagas que iluminaban el cielo y de esta salió niebla, niebla que se desplazó con gran celeridad por los cielos.

—¡Detente, ya! —le gritó Céfiro en el suelo al ver lo que quería hacer ahora.

El rey golpeó el piso del salón con una fuerza impresionante que dejó un hoyo en el suelo, y de él salió disparado un líquido negro que se iba convirtiendo en más niebla, era como un haber excavado en el suelo y que de este hubiera salido disparado petróleo.

—La larga noche, llega. —dijo mirando como la niebla cubría donde hace unos segundos estaba iluminado por las luciérnagas. Luego, caminó hacia Céfiro y mantuvo y levantó a mazan. «Lo va a matar, lo va a matar… Dios, ¡actúa cobarde! ¡Debo hacer algo! ¡NO!».

El león estaba sumergido en la oscuridad, no había rastros rey, no había rastros Céfiro, no había señales de vida. Solo existía la nada. Buscó con su vista y no logró ver nada, la oscuridad lo era todo, había llenado cada rincón de su existencia. Trató de caminar, pero no pudo dar más de dos pasos a cada lado, el espacio de ese lugar era muy reducido.Trató de mirarse a sí mismo con esperanzas de al menos verse a sí mismo, pero ni siquiera de eso era capaz; sin embargo, estaba completamente seguro que todavía era un león. «Un león. Irónico. Siempre he sido un cobarde, toda mi vida, siempre he escapado de los problemas y he permitido que el miedo me defina, que sea mi motor. Siempre alejo las personas, siempre las personas sufren por mí. Mi abuela tiene amnesia por mi culpa, se golpeó la cabeza porque tenía miedo de bajar de la casa del árbol por mi propia cuenta. Céfiro perdió porque preferí quedarme aterrado y quejándome en un rincón antes que ayudarlo.»

—Bueno, culparte por ello no resolverá las cosas, pero el reconocer tu problema es un buen comienzo para resolverlo. —dijo una voz.

—¿Quién eres tú? —preguntó el león con voz titubeante.

—Bueno, soy tú —respondió risueño—, o mejor dicho, una característica de tu ser, una versión de ti que has encerrado e intentado olvidar por miedo. Soy quien deberías ser y quien podría salvarnos del apuro que vivimos.

—¿Eres como mi valentía?

—Soy tu lado armonioso, un equilibrio que siempre trata de mostrar nuestro mejor yo. De nada sirve ser valiente si no tienes la limitación del miedo para saber cuándo detenerte y ponerte a salvo. La valentía sin una pizca de miedo simplemente es insensatez. Pero, hombre, que te has encerrado ahí y ni siquiera hay espacio para que yo entre.

El león se quedó en silencio. ¿De verdad era posible que existiera valentía en su cuerpo? ¿Y si existía, de verdad habría manera de que encontrara la forma de saber usarla?

—No sé si exista la manera de que yo pueda resolver las cosas… de que yo pueda salvar a alguien —respondió cabizbajo.

—Bueno, como ya te dije, yo y tú somos la misma persona. Y otra cosa que debes permitirte es confiar, sobre todo en ti mismo. No seas tu propio verdugo, como dice la abuela. Si de verdad quieres arreglar todo, tendrás que dar un salto de fe y confiar en ti mismo. Deshazte del miedo excesivo y solo quédate con el que sea beneficio para ti.

«… todo lo que queremos, necesita un sacrificio, no se puede recibir sin dar nada a cambio. Es una regla fundamental», era lo que había dicho Céfiro. Ellos tenían razón, debía dejar de escudarse tanto en ese terror infundado que sentía ante todo. Confiara en sí mismo, se daría la oportunidad de arreglar las cosas.

La oscuridad desapareció y pudo ver su silueta humana, él extendió aquél mundo y le permitió entrar. Los dos se dieron de las manos y notó que la silueta sonreía. Sintió calor después de tanto tiempo de sentir frío.

Cuando el rey iba a aplastar a Céfiro sintió un gran dolor de repente, volteó hacia donde estaba el león negro y notó que este ya no estaba echado en el suelo, ahora estaba en cuatro patas, erguido grácilmente mirándolo a los ojos con fiereza; su melena había dejado de ser gris para adoptar un color dorado, parecían llamas y quemaban como tal, su pelaje era amarillo. Su presencia iluminaba el salón entero.

—Luz… —dijo con enojo— ¿CÓMO TE ATREVES A TRAER LA LUZ? —le espetó con furia cuando trataba de cubrir todo con sombras y oscuridad nuevamente, sin embargo, estas desaparecían al instante.

Lucas saltó hacia la criatura y con un zarpazo rompió el peto de la armadura, con una dentellada le quitó el casco. La criatura gritaba y se retorcía tratando de liberarse del calor que emanaba pero Lucas lo tenía contra el piso.

—¡Vuelve a donde perteneces! —El rugido que dio Lucas quebró los restos que quedaban de la armadura, quedando solo una pequeña sombra, una sombra que erala silueta de Céfiro y que terminó entrando en el cuerpo del mismo. Lucas se dirigió hacia Céfiro y colocó una de sus patas encima de su pecho y un enorme resplandor salió de este, resplandor que se extendió hasta los cielos y deshaciendo la cúpula de sombras que se había creado anteriormente. La calidez en aquél lugar regresó y el palacio se descongeló. Céfiro se levantó y miro a Lucas con una sonrisa de lado a lado.

—Siempre supe que tú serías el que traería el alba, muchacho…

Los dos habían cruzado por un espejo del palacio y habían terminado apareciendo en una estación de trenes que solamente albergaba un único tren siempre preparado para partir y para volver, de ser el caso. Céfiro le había explicado que era su lugar para volver a su mundo y luego de despedirse este entro en el tren y su forma de león de luz despareció al cruzar bajo un tiempo, volviendo a ser un muchacho. En la mano llevaba una medalla con la forma de un león.


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Los días habían pasado desde que había despertado repentinamente en su casa con el collar en mano, había corrido rápidamente en busca de su abuela y le había colocado el collar en el cuello con sumo cuidado, para luego emitir un destello que había hecho que la mujer había abriera los ojos y recuperara la memoria. Lucas desde su regreso de aquél mundo se había mostrado más animado, dejando atrás el niño triste y temeroso que alguna vez fue.

Ese día estaba caminando por los jardines de su casa con su abuela.

—Abuela, ayer estaba hablando con mi padre y me mencionó los orígenes y significado de los apellidos; pero, olvidé preguntarle si lo mismo ocurría con los nombres. ¿Los nombres significan algo?

La señora se paró justo al lado de unos girasoles que miraban hacia Lucas y sonrió.

—Por supuesto, yo fui la que le recomendó tu nombre a tus padres. —respondió divertida.

—¿Sí? ¿Y qué significa mi nombre? —preguntó Lucas mientras se quitaba unos mechones de cabello del rostro.

La señora pasó su mano por la larga melena rubia del muchacho, parecía haber crecido mucho más desde hace unos días, le recordaba a un pequeño león y luego añadió:

—Luminoso.

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