El cielo no ha dejado de llorar, los días pasan y aún sigue acongojado. Se ha hecho difícil crecer, este diluvio no deja espacio para crecer. Solo vivo esperando que el sol pueda volver a brillar como antes, cuando su luz era perenne y sacaba a relucir los abrazos y sonrisas, como cuando el viento era fuerte pero hacía volar nuestros sueños y tomados de las manos corríamos libres, con alegría inagotable, por el campo abierto.

No se confundan, a pesar de mi soledad y las palabas marchitas, he podido con gran esperanza resistir esta tormenta, cada vez veo más cerca ese anhelado día, en donde dejaré de refugiarme en mis mejores recuerdos para comenzar a construir unos nuevos. Cuando eso pase quizás me vaya al mar, a navegar en la inmensidad de mis pasiones, o tal vez a la montaña, donde las estrellas se toman con las manos. ¿Quién sabe?, también es posible que me quede, a observar como este jardín vuelve a florecer.

Aunque las miradas se vuelvan hostiles y los corazones se vuelvan incrédulos, aunque los paisajes ya no se dejen ver por las ventanas y desaparezcan los cerrojos de las puertas, yo seguiré esperando ese día cuando las nubes salga huyendo y el sol vuelva a brillar. ¿No es acaso la esperanza nuestro último recurso?, entonces ¿Por qué he de perderme en el oscuro vacío del desespero?

Papá solía decir –“Todo llegará cuando sea su tiempo, no antes ni después”−. Cuando ese día llegue, la oscuridad se irá con ellos porque la luz será incandescente.

−¡Mamá!, es cierto. La luz ha llegado.

_{Foto tomada con mi celular Moto C}

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_{Esta publicación es en participación al concurso Venezuela Concurso/ Semana 24/ Una imagen y un cuento, convocado por @acostacazorla a quien quiero agradecer por crear el espacio para compartir un poco de nuestras creaciones.}

También quiero agradecer a cada una de esas personitas que han tomado un poco de su tiempo para leerme.

¡Hasta prontito!