Te fuiste una tarde de Mayo para mudarte a la costa, no mencionaste cuando volverías, solo sonreíste, me giñaste el ojo y te marchaste:

—Te amo —me confesaste—, pero mi vida está en el mar y tú eres del valle.

En aquella ocasión me regalaste esta fotografía tomada desde un balcón con vista al mar, una foto cuyos colores plasman una radiante tarde soleada, que en contraste es distinta a la tarde de Mayo, cuando te marchaste para jamás regresar.

Recuerdo que era viernes, tenías lista tu única maleta y de ella sacaste esta foto, suspiraste al verla y luego me la entregaste en mis manos.

—Te voy a extrañar— y me abrazaste.

Pero como irme desde mi valle hasta tus costas si no conozco a nadie que me pueda guiar; esta fotografía, que no se si fuiste tú quien la tomó o si al igual que tu conmigo, alguien tiempo atrás te la obsequio a ti, apenas muestra claros azules marinos, un balcón y quizá lo que fue un atardecer, quién sabe; cierto es que la misma es la única postal que tengo de ti.

Me pregunto ¿No era mejor si dejabas una dirección en el revés de la foto, un número telefónico o algún correo electrónico? ¿Me dejaste en esta fotografía una luz que me guiase si algún día salgo a buscarte? o solo quisiste darme algo de ti para no abandonarme por completo, para que tu mente estuviese en calma porque sabias que estarías en la playa y a la vez en esta fotografía.

Quisiera que volvieses o que al menos me visitaras, así podría preguntarte:

¿Por qué mejor no me diste una foto tuya?