Me daba clase un profesor llamado Jesús Santana, él había sido sacerdote, y por amor abandonó su vida clerical. Así tuvo que rehacer su vida como un ciudadano más; decidió compartir sus saberes idiomáticos en las instituciones académicas de Carúpano. Era, es, un hombre ejemplar, correcto, de buen hablar, de fe inquebrantable. Cuando lo veo siento que estoy ante un ser especial. A través de él, me enamoré de esta lengua antigua.

El profesor tiene una voz preciosa, y cuando nos hablaba de la primera, segunda, tercera, cuarta y quinta declinación, yo me transportaba al tiempo de la Grecia Antigua de Homero.

A pesar de que tengo problemas para memorizar, se me hacía fácil aprenderme los casos y las terminaciones del latín: nominativo, genitivo, dativo, acusativo, vocativo y ablativo.

Quería estudiar Latín, pero el profesor me explicó que este saber solo lo impartían en los seminaristas. Entonces como yo no iba a ser monja, el profe me dijo que estudiara Castellano y Literatura. Así fue como escogí mi carrera. El latín me condujo hacia ella. No me arrepiento de nada, y agradezco mucho a mi profe sus orientaciones.

Como ya dije todas las materias me gustaban, pero luego me empezó a caer mal Matemática de cuarto año; no entendía nada, el profesor explicaba con un lenguaje tan técnico y tan lejano a mi realidad que me parecía estar escuchando en un idioma que no era el mío. Fue mi nota más baja en el boletín. La aprobé con 12 puntos.

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Mis mejores amigos en la Universidad eran del área científica. Y de tanto andar con ellos y de escucharlos, comprendí que me gusta la Matemática teórica; yo diría que es hasta poética. Comprendí, entonces, que los opuestos se atraen, y que las Matemáticas y la Lingüística están conectadas por lógica, por la filosofía y el latín. De modo que como dice el refrán: "Todos los caminos conducen a Roma".

Invito a mis amigos: @jesus1995, @oacevedo, y @alanasteemit.

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