En la casa siempre hablaban de una lucecita azul que salía en el patio; yo los escuchaba hablar de eso desde mi escondite preferido, las piernas de papá, él se sentaba en su valiente y achinchorrado mimbre, cruzaba la piernas apoyando el tobillo un poquito más arriba de la rodilla contraria y formaba un perfecto triángulo con sus piernas, y allí, nada, pero nada me asustaba.

Por muchas razones me fui alejando de la casa grande, aunque pasaba cada cierto tiempo a ver a mi hermana, quien luego de la muerte de mis padres se quedó viviendo en ella; un poco sola, ya que su marido pasaba meses pescando en alta mar.

De modo que nunca más me había quedado a dormir en la casa, hasta que murió uno de los vecinos, y viajé hasta el pueblo solo para cumplir con ellos. En la calle donde me crié cumplir con los muertos es un acto de hermandad.

Se hizo muy tarde en el velorio y me recomendaron que no me fuera a esa hora para el hotel, que por qué no me quedaba en mi casa.

Realmente no quería, pues aunque adoro los recuerdos de la casa hay algo que me aleja de ella, pero me pareció sensato lo de quedarme y acepté hacerlo.

Me sorprendió lo intacto que estaba mi cuarto, casi igual a cuando era niña.

No me podía dormir, cuando ya estaba a punto de lograrlo el ladrido del perro me despertó, gruñía con furia, como si quisiera espantar algo, abrí la puerta con cuidado y miré hacia el patio "Mi hermana tiene un sueño de piedra" recordé. Así que caminé de puntillas hacia el perro, quien ahora no ladraba, más bien lloraba asustado.

La lucecita azul apareció, recordé que decían que eran entierros, tesoros escondidos o almas en pena pidiendo ser rescatadas.

No podía dejar de ver la luz, azul, incandescente, traté de retroceder y se me hacía difícil, la luz me atraía hacia ella; de un lucero pasó a ser casi una bola de fuego, el pánico no me dejaba gritar, retrocedí un poco y tropecé con un hombre:

-Siéntate -me dijo la voz -no te pasará nada, yo estoy aquí.

Me senté con cuidado, sentí el tibio calor de su cuerpo, me pasó la mano por la cabeza y me dio un beso.

La luz fue desapareciendo hasta desvanecerse.

En la mañana siguiente, cuando mi hermana se despertó, me encontró tomando café frente al pequeño altar donde están las fotos de papá y mamá:

Foto propia