En la cultura occidental no se asocia a la muerte como un tramo más de la vida, sino como algo terrible que nos va a suceder. Cuando a un paciente le diagnostican cáncer, las alarmas de los sentimientos se activan y todos comenzamos a sufrir: el paciente, pero también los familiares y los amigos.

Las reacciones ante tal diagnóstico varían de acuerdo con los temperamentos de los pacientes. Hay quienes se rinden ante la noticia y se niegan a recibir cualquier tratamiento; hay quienes deciden apostar por la vida y someterse a cualquier medicación para ganarle la batalla al cáncer; hay quienes se suicidan por temor a sufrir y ver sufrir a sus seres amados...

Ninguna de estas reacciones merecen ser juzgadas; pues nadie sabe a ciencia cierta cómo ha de reaccionar ante tales circunstancias.

En lo particular, creo que los esfuerzos que realizan los pacientes y los familiares ante un diagnóstico de cáncer están dados por la esperanza y por la paz espiritual de saber que aunque la muerte nos arrebate la vida propia o la de un familiar, hicimos todo lo que pudimos para que eso no sucediera. Sin embargo, creo en los designios de Dios y he aprendido a someterme a ellos sin reproche. Eso me ha permitido aceptar la muerte de mi sobrino, a tan corta edad; de mi padre y de mi madre; de mis tres hermanos; de amigos extrañables...

Más que preocuparme por la muerte, me ocupo de vivir la vida como me gusta vivirla: en paz, haciendo el bien, llenando cada instante de alegría. Y eso es lo único que le recomiendo a todos. No esperemos un diagnóstico fatídico para valorar la vida. Es propicio asumirla con pasión.

Invito a mis amigos @inspiracion, @teretiti y @acostacazorla. Aquí la información

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