A partir de ese momento mi caminata estuvo cargada de pensamientos sobre la educación, la agresividad, el castigo y las competencias. Pensé en dos grandes filósofos: Rousseau y Maquiavelo. Para el primero, "Los niños son por naturaleza buenos, y el sistema los corrompe". Para el segundo, "Los seres humanos son malos por naturaleza, y el sistema los somete para que no actúen por sus instintos".

Aunque las visiones de estos son distintas, uno habla de un sistema corrompido (familia, escuela, iglesia, juzgados...) y el otro de un sistema controlador; ambos coinciden en algo: El entorno moldea la conducta de todos los seres humanos, y no siempre lo hace de la mejor manera.

En efecto, la madre del niño a quien uno de sus compañeros le quitó su merienda, le dio varias lecciones en un día:

1.- No debes dejar que nadie te quite nada.

2.- Si alguien te quita algo, golpéalo.

3.- Si no lo golpeas y sales victorioso, yo te golpearé a ti.

Como podemos ver son lecciones de vida en las que la agresividad es protagonista. Significa entonces que son los padres, madres y representantes los que, en su desesperación para sus pequeños no sean las víctimas de los abusos que ocurren en la calle y en la escuela, forman a un victimario con todas las de la ley. Ah, pero pocos nos detenemos a pensar en ello, porque es más fácil ver a la escuela como el ente responsable de las agresiones que allí ocurren, en lugar de analizar cuál es nuestra cuota de responsabilidad en las conductas violentas de nuestros hijos.

La educación de los hijos nunca ha sido fácil, pero de un tiempo para acá los problemas se han agudizado, porque los jóvenes están siendo bombardeados por pensamientos e ideologías carentes de valores y de respeto; además, los padres dedican la mayoría de su tiempo a resolver asuntos laborales y de sobrevivencia del hogar que los dejan agotados para conversar con sus hijos y percatarse de sus necesidades emocionales, afectivas y psicológicas. Es decir, vuelcan todas sus energías en proporcionarles alimentación y educación formal, pero descuidan la comunicación con ellos, y esto se agudiza en la adolescencia. Si realizáramos una investigación sobre las horas que un padre conversa con sus hijos en el día, probablemente no lleguemos ni a dos horas, y esto es grave, porque el silencio y el miedo a expresar lo que sentimos es un arma letal para nosotros mismos y un fusil para acabar con la vida de otros que dan indicios de felicidad. Es de algún modo la aplicación de la lección de la madre que hoy escuché:

Si otros son felices, y tú no, entonces, debes acabar con ellos.

Este quizás haya sido el pensamiento del joven Salvador Ramos, quien causó la muerte de 19 niños y dos maestras en la escuela de Texas (Estados Unidos).

Ya para cerrar confieso que son más las ideas que quedan en mi cabeza, que las que logro expresar.

Quisiera invitar a mis amigos @gemamedina, @teretiti y @yrmaleza a participar en esta iniciativa, aquí la información

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