Tenía la mirada esquiva, como si no quisiera verme de frente, traté de verlo a los ojos y no fue posible; su mirada gacha contaba de su deseo de no hablar, de estar escondido dentro de sí.

No sería fácil abordarlo, hurgar dentro de su corazón, buscar alguna señal que nos acercara para que renacieran los deseos.

La tarde se nos vino, lo tomé de una mano y lo acompañé a caminar, y él no dijo nada, solo se dejó llevar.

Llegamos a un recodo, cerca de unas piedras, allí nos sentamos, uno frente al otro, como dos bobos, y no dijimos nada.

Éramos como dos árboles que caminaban, sin ningún motivo, sin sentido alguno.

No teníamos alma, solo nos dejábamos llevar como autómatas, como seres sin sentido.

El sol se escondió en el horizonte, el mar cantaba sus cantos, y nada, nada nos regresó el espíritu.

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