La abuela preparaba los dulces durante la semana, lo hacía sin apuros, no solo porque le sobraba tiempo, sino porque ya los años le maltrataban los huesos y no podía moverse sin tener que usar ese madero de bastón, sonreía cuando su nieta llegaba y se le guindaba de los faldones.
—¡Cálmate! Ya tendremos todo listo para el viernes.
—¿Me vas a llevar?
—Claro mi amor, tú vas a ser mi guía, eso si, no te vayas a apurar porque mis pies no son tan rápidos.
Ella salía corriendo para darle la noticia a su mamá y la abuela se santiguaba nerviosa.
Era la tercera vez que la llevaba al pueblo para vender sus dulces, le gustaba su compañía, así tuviera que pegarle gritos a cada rato para que no se adelantara mucho.
—¡Abuela! ¡Abuela mira! Una familia de gansos viene por el camino.
—Déjalos pasar, son los de tu tía Albina,
—¡Qué lindos son abuela!
—Y además son muy educados, siguen a su líder y van cantando como soldados, cuando se cansa el líder, otra toma el mando.
—¿En serio abuela?
—Si mi niña, déjalos que pasen, no nos harán nada, aunque se pueden enojar si son molestados
La nieta los dejo seguir, ellos siguieron con su canto buscando el agua luego, la niña se colocó al final y empezó a marchar con ellos.
—Ya hija, que se pueden enojar y se convierten en brujas.
—¿En serio abuela y vuelan con escobas?
—No hija, es broma, pero si vuelan... Pero con sus alas.
La abuela se rio y ella hizo algunos pucheros haciéndose la enojada.
—Bueno no te enojes, ya te lo dije, solo bromeaba, los gansos son buenos amigos y hasta mejor que un perrito para defendernos.
La nieta sonrió y salió corriendo para abrazar al último de la fila, pero este se dio cuenta y levantó el vuelo.
—¡Déjalo! No quiere abrazos, mejor sigamos caminando, falta mucho camino para llegar al pueblo.