Salió bien temprano, ya que el recorrido hacia el pueblo era un poco largo desde el caserío dónde estaba su casa. Su abuelo le había dejado aquellas tierras a su mamá porque ya él no podía trabajarlas, más tarde se enfermó y solo quedó una cruz de madera, labrada por su papá como para darle un último regalo. Su mamá y su papá, ya estaban un poco mayores, pero trabajaban de sol a sol y él, los ayudaba con los animales. Eran cuatro hermanos, él era el mayor.

Su mamá siempre le leía de un viejo libro de un tal Chejov, eran unos cuentos que me gustaban mucho, pero él quería leerlos por su cuenta, ver aquellas letras y saber que decían y así, se lo hacía saber a su mamá, ella le sonreía.

—El pueblo queda lejos hijo y yo no puedo llevarte, es el único lugar donde hay una escuela.
—Pero mi papá no quiere, dice que para atender animales no hace falta la escuela.
—Tal vez tenga razón para eso hijo, pero hay tantas cosas por hacer en el mundo, me gustaría que tú fueras a la escuela y después ayudaras a tus hermanos.
—¡Ya le estás metiendo cosas en la cabeza ese muchacho! Yo lo necesito aquí en la granja, hay mucho trabajo, —dijo el padre, entrando en ese momento.
—¡Ya voy a atender las cabras papá! Solo estaba comiendo algo, ya me voy, —el muchacho salió.
—¿Por qué le metes eso en la cabeza? ¡Me lo vas a echar a perder!
—Yo quiero que el aprenda algo mejor.
—Si sigues con eso, te voy a quemar ese libro.
—¡No se te ocurra o lo lamentaras!

El muchacho escuchaba siempre estás discusiones, sin embargo, eso no le quitaba el sueño, iba y atendía los animales y le explicaba sus hermanos pequeños como hacerlo para que ellos ayudaran también en las labores.

Aquella noche que se decidió, le dijo a su mamá que iba a ir al pueblo, para saber cómo era eso de la escuela, su mamá lo abrazó y mientras él dormía preparó una bolsa con alimento y agua, buscó una chaqueta vieja y remendada y un pantalón limpio. Mientras hacia todo esto, la emoción la embargaba y prefirió esconder sus lágrimas para que su marido no se diera cuenta.

Miraba el sol tratando de medir el tiempo que llevaba caminando, un señor mayor lo alcanzó, llevaba unos burros cargado de legumbres.

—¿Para dónde vas muchacho?
—Voy al pueblo señor, quiero conocer la escuela.
—¡Ah! la escuela, qué bueno, cuando tenía tu edad, también quería ir, pero el trabajo no me dejó, es bonito saber leer. ¡Venga! Puedo hacerle un lugar arriba de ese mulo, así le aminoro la distancia.
—Pero… ¿y la carga señor?
—Ya te dije, voy a hacerte un lugar, todavía estamos lejos del pueblo.

El muchacho le sonrió y así pudo llegar un poco más rápido. Cuando llegaron al pueblo, el viejo lo abrazó y le dijo:

—No vayas a entregarte al trabajo y si tu mamá quiere que estudies es porque ella sabe lo que te conviene.
—¡Gracias señor! ¡Qué le vaya bien!
—¡Anda, busca la escuela, yo voy al mercado a vender esto! ¡Adiós muchacho!

No había visto un lugar con tantas casas, pero se sentía animado y cuando vio a una señora le pregunto:

—¡Señora! ¿Me puede decir dónde queda la escuela?
—Es por allá muchacho, casi al final de esta calle, luego giras al contrario del sol.
—¡Agradecido señora!

Ahora que estaba tan cerca sus piernas se negaban, era como un miedo repentino, pero en la luz fuerte del sol vio los ojos de su mamá mirándolo.

—¡Lo haré mamá! ¡Claro que lo haré!
Al decir esto, las piernas se liberaron y casi corrió al lugar indicado y allí pudo ver unos niños que entraban.
—¡Esa debe ser la escuela!

La puerta estaba abierta, cuando quiso entrar, sus pasos de nuevo se pusieron pesados, un frío lo envolvió cuando miró a los niños sentados, su mirada estaba pérdida, pensó en sus hermanos alimentando las cabras, eran tan pequeños para el trabajo, pensó en su mamá limpiando la yerba mala, a su papá corriendo para que el agua de la siembra no sé escapara, pensó en el plato de comida fría mientras el sol los calentaba haciéndolos sudar.

—¡Profesor! ¡Hay un niño en la puerta! —gritó un niño.
—¡Es un niño nuevo! —Los gritos lo despertaron y él se encontró con el rostro del profesor invitándolo a entrar y el grito de todos los niños dándole la bienvenida. No quería despertar, ese era su sueño y si vino es porque así lo había decidido y lucharía por eso.
—Siéntate ahí, —le dijo el profesor, —te están haciendo un lugar, ven, que vamos a comenzar, hoy es un día de alegría, bienvenido a la escuela.

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Imagen tomada del post de invitación.