CONCURSO: DEDICATORIA DE AMOR (A MI PÉTALO Y ESPINA)

Hola, apreciada comunidad. Espero se encuentren bien y estén pasando un día maravilloso. Me acerco a este espacio para participar en un concurso propuesto por la compañera @raquelsiso1, el cual consiste en dedicar una palabra a alguien que amamos. Ralamente, me parece una grandiosa oportunidad para poder expresar lo que sentimos, pues, no todos tenemos la facilidad de expresarnos verbalmente de forma fluida. También quiero agradecer a la comunidad @venezolanossteem por organizar este tipo de eventos y promover la creación en todos los niveles. Sin más preámbulos, aquí les comparto mi dedicatoria.

"Amor" del latín "no mor", que quiere decir "lo que no muere". Amar es precisamente eso: apostarle a la vida, al ahora. Sin embargo, es necesario estudiar las condiciones de esa "apuesta" y los colores de esa "inmortalidad" que arropa a quienes se aman. Y es que el amor también puede ser agonía, letargo, guerra, muerte, una herida constante que une y separa a quienes la padecen. Rimbaud, Wilde, kafka, y otros amantes que desandaron este mundo, pueden dar fe de lo que digo. Ellos, al igual que yo, atravesaron un amor lacerante, como una flor que continuamente se abre en el pecho, ampulosa, sanguinaria, y que se sostiene con la misma demencia del ruiseñor que aprieta su corazón sobre la sed de una rosa. Arnovia es el nombre de mi herida, ella es mi madre y mi cariño hacia su existencia alcanza su máximo esplendor. Es a ella a quien dedico estas palabras.

Madre, el tiempo nos ha arrastrado hasta esta orilla, y a pesar de todos los naufragios a los que hemos sobrevivido, seguimos tomados de la mano, juntos. Juntos pese a los reproches y a las culpas, juntos pese a tu agresiva ternura y mi esquiva y melancólica naturaleza, juntos pese a nosotros. Pero no malinterpretes, no prefiero esto con remordimiento o decepción, por el contrario, nuestras luchas nos forjaron, y agradezco profundamente el hecho de que me hayas traído a este mundo, de que seas mi madre. No puedo hablar por ti, pero en lo que a mí respecta, nuestra relación me transformó en alguien profundamente amoroso. Gracias al dolor, que en nuestro contacto ha sido mucho más frecuente que la alegría, he aprendido mucho sobre los otros, sobre mí mismo.

Es curioso que todos aspiramos a la felicidad, añoramos la sonrisa con tanto desespero que nos olvidamos de que, en la vida, no es el placer lo que nos hace crecer (la semilla, para convertirse en flor, debe romper la semilla, y toda ruptura duele). Por el contrario, la felicidad enceguece y aletarga el espíritu de los hombres incapaces de cuestionar, de cuestionarse. En esencia, es el sufrimiento el que hace medrar la consciencia del hombre. Quien sufre, si presta atención, describirá muy pronto el absurdo de la existencia, y verá a los demás como compañeros de pena, despertando, al fin, una afección, que considero, la octava mayor del amor: la compasión. Ya lo dijo Cristo: "Perdonan a quienes nos lastiman". Quien siente compasión, entiende que el mal no existe, que este es producto de una mala interpretación de la vida. Quien ama desde la compasión, siempre hará el bien.

Sí, a tu lado he sufrido, he llorado, he renegado y he huido mil veces. Pero la vida se ha empeñado en mantenernos uno al lado del otro. La razón es simple: no sabíamos mirar, éramos ciegos el uno para el otro. Pero hoy es distinto, he abierto los ojos. Ahora, cuando te miro, recibo de ti una imagen muy distinta a la de antaño: pasaste de ser esa señora malhumorada, rebelde, altiva y primaveral, a ser casi una anciana indefensa y enfermiza. Calígula dijo en uno de sus arrebatos: "Ver envejecer a alguien que amas es mucho peor que verlo muerto". Creo que tiene razón, evidentemente, me aterra la idea de verte partir, pero también me hiere saberte enferma y agotada por el peso de la vida. Llevas un largo itinerario de amarguras a cuestas, y yo las siento mías (aunque sé que no debería hacerlo).

Quiero que sepas que el amor que profeso por ti, no es un amor idealista. No. No te amo con esa ternura desmedida con la que se aman los niños, y mucho menos, desde la sensiblería absurda y condicionada por el sistema. Mi amor por ti es completamente real, sangrante, humano, consciente de su brevedad y pequeñez frente a las dimensiones del infinito. Sí, te amo aun sabiendo que soy perecedero, de que la muerte, llegada la hora, se encargará de borrarnos de la faz se la existencia. Te amo, aunque duelas, aunque, muy probablemente, no cambiarás tu forma de ser, total, no tienes por qué hacerlo, puesto que el amor es más fuerte que nosotros. Me basta con saber que existes para sonreír.

Hoy me consagro a ti, madre, te acepto por completo y rindo toda mi soberbia a tus pies. No imaginas lo agradecido que estoy porque hayas sido tú y no otra mujer la que me tuvo en su vientre durante nueve meses, la que me limpió y alimentó durante años. No te culpo de nada, sé que tu amor por mí es igual de grande, y que yo, también en mi intento por entender esta vida, te lastimé muchas veces: era necesario herirnos para amarnos más allá se lo perecedero. Nelson es gracias a ti, su bondad, su sensibilidad para captar lo bello, su corazón generoso, su alegría constante, y, en definitiva, todas sus virtudes y defectos, aquello que lo convierte en hombre, son tuyas, son gracias a ti.

Cierro este escrito feliz porque sé que ahora estamos haciendo las cosas bien, y que te expresó mi amor más allá de las palabras, en la comida que te preparo, en la mirada plena de amor y compasión que te otorgo, en el silencio de sagrado que en las noches dedico a ti en mis oraciones. Te amo, Arnovia, y el día que mueras, permanecerás viva en mi corazón, como la rosa que eres, llena de espinas y perfume.