Arte y escritura / Semana 43 - El enamorado

Una noche de 1786, él caminaba solitario por la ciudad de Caracas. El aire estaba cargado de luz de luna llena, que iluminaba la ciudad con su resplandor. De repente, de entre los sombríos callejones, surgió una figura misteriosa.

Era una mujer, esbelta y hermosa, con una capa de lana negra cubriéndole el cuerpo.

Él se detuvo, cautivado por aquella mujer que parecía venir de otro mundo. La mujer se acercó a él con una sonrisa en los labios y le dijo:

-Buenas noches, me llamo Rosa María, estoy perdida, ¿Podría ayudarme a regresar a casa?

Él asintió con la cabeza, incapaz de pronunciar palabra.

Él le dijo que le indicara el nombre del área donde se ubicaba la casa y ella le respondió:

-No sé, le acabo de decir que estoy perdida, pero hay un rio cerca.

-Hay un rio, pero no está muy cerca, ¿desea que le solicite un carruaje para que la lleve? –Expresó él intentando ser servicial.

Ella se negó alegando que tenía mucho miedo y que él le inspiraba confianza, que preferiría caminar con su compañía.

Estas palabras inflaron el ego de él y no pudo contener una sonrisa. Él le ofreció el brazo para que se apoyara y ella acepto de inmediato para que luego los dos iniciaran el camino.

Durante la caminata, se contaron historias, compartieron anécdotas y entre ellos comenzó a crecer un extraño vínculo hasta que llegaron a la casa de ella. Él se asombró un poco, porque veía en ella una mujer de un estatus social medianamente alto, pero la casa parecía estar en ruinas. La belleza de la mujer lo tenía cautivado, eso lo llevo a pasar por alto el detalle de la casa.

-¿Le puedo volver a ver? –Le pregunto él dando muestras de que estaba interesado en ella.

Ella le respondió afirmativamente y concertaron un encuentro para la noche siguiente. No se encontraron una noche, fueron varias y a medida que pasaban esas noches, su relación se hacía más fuerte.

Él se enamoraba cada vez más de ella y a veces, en las noches, se escapaban a los jardines de alguna que otra casa grande para admirar la luna. Eso hacía que la adrenalina corriera por las venas de él.

Una noche de encuentro ella le manifestó que se acercaba el momento de su partida, debía volver a sus orígenes y que eso la tenía muy perturbada.

Él ya sentía que ella partiría en cualquier momento, que no podía quedarse, pero su amor por ella no lo dejaba asumir ese sentimiento y menos comentárselo.

Sintió un dolor profundo al pensar que no podría volver a verla. Sin embargo, Rosa María le confesó que su destino era regresar a su mundo y que, si él lo deseaba, podría volver a encontrarse con ella.

Él descubrió que ella era una mujer fantasma, una entidad mágica que no pertenecía a este mundo. Él estaba tan enamorado que no le dio importancia la naturaleza de ella. Finalmente, el día de su partida llegó.

Desde aquel día él esperó con ansias el reencuentro con Rosa María. Hasta que una noche, él se dirigió al mismo lugar donde se habían conocido, con el corazón palpitando de emoción.

Llegó al lugar y ella estaba allí, esperándolo. Sin embargo, había algo diferente en ella. Sus ojos eran de un color gris oscuro, sus labios se habían vuelto blancos y su cuerpo estaba envuelto en una neblina. Ella le contó que era el precio que había tenido que pagar por haberse enamorado y por regresar con él.

Él la abrazó, tratando de calmar sus temores, y le dijo que estaría a su lado por siempre. Entonces, Rosa María se acercó a él y le susurró algo al oído. Él se quedó congelado.

-No puedo quedarme. Debes dejarme ir. -Expresó ella.

Él la miró con lágrimas en los ojos y le dijo que nunca se iría. Entonces, ella le explicó que su destino era partir de este mundo, pero que, si él lo deseaba, ella siempre estaría presente en su corazón. Y con esas palabras, Rosa María desapareció en la noche.

Él quedó allí, solo, con el corazón destrozado. Suspiró y se dijo que la amaría por siempre, aunque ella no estuviera presente.

Y así fue como él aprendió a amar a una mujer fantasma y todos en la ciudad le llamaron el enamorado.