Venezuela Concurso/Semana 2/ Piropos / El jardín de los piropos

Me animo a hacer mi participación en este concurso de Venezolanos Steem organizado por @solperez, ella, que en sí misma es un sonoro piropo.

Estas son las reglas del Concurso sobre Piropos.

El piropo es una forma literaria bella, radiante y efímera porque nace en un instante y al otro instante se hace etéreo aunque puede permanecer para siempre en la memoria de los protagonistas. El piropo puede ser cautivador, refinado, profético, desatinado, cómico, absurdo, triste, alegre, y también puede sonar destemplado, provocador, de mal gusto, ácido, grotesco… en fin, igual que la naturaleza humana, puede abarcar un extenso jardín de formas, colores, texturas, contenidos.

Imagen de Asakawa Kohji, en pxhere

Antes de contarles la anécdota que elegí para este concurso, considero oportuno relatarles mis primeros conocimientos acerca de los piropos.

En la calle de mi infancia también vivía Randy, un joven enamoradizo (o más bien enamorador) que todos los días del mundo desde tempranas horas de la mañana se apostaba con su bicicleta de buen ver y pulida en la esquina donde quedaba la bodega de Don Matías.

El joven Randy andaba de punto en blanco, casi siempre de camisa manga larga y perfumada. Cada vez que él veía venir caminando a una señorita, a una chica, a una mozalbeta, a una solitaria doncella, aunque a veces también se emprendía con algunas damas maduras, sacaba su peine de carey, se peinaba coquetamente y luego se volvía a alborotar el pelo sacudiendo la cabeza, esponjándose como un pavo real. Cuando la avistaba a lo lejos, no esperaba que la fémina llegara donde él estaba sino que pedaleaba galantemente para ir a su encuentro. Sin bajarse nunca de su flaco Rocinante de hierro, pero siguiendo respetuosamente el ritmo del andar de la fémina, Randy la acompañaba todas las cuadras que conformaban la calle donde vivíamos.

Luego lo veíamos retornar con su bici al trote y con la cara resplandeciente de felicidad porque con sus requiebros galantes le había sacado los colores al corazón de la fémina y había adornado con pétalos de rosa el alma de la diosa declarándole su fiel amor. Luego se volvía a aposentar en su esquina esperando que otra muchacha pasara.

Randy era un versado piropero:

Eres la mujer más linda que ha pasado hoy por estas calles / Si el cielo fuera una torta tú serías la guinda de fresa / En mi rancho quiero oír el arrullo de tus palomas / Yo por ti haría lo que nunca he hecho: cocinar y después lavar los platos / Chilla la gata, bala el becerro, y yo por ti meto la pata / Quiero probar los chiclets adams de tu boca / (...)

Hace pocas décadas, apenas, el piropo callejero era una costumbre en nuestra cultura y muchas veces era el primer contacto entre dos personas que podían crear, mediante su poder, lazos firmes de amistad o convertirlo en la nave para iniciar aventuras amorosas. Sin embargo, hoy se ha convertido en una rara avis que se aleja cada vez más de nuestras costas.

La obsequiosa anécdota que seleccioné para participar en este piropero concurso es la siguiente:

Hace un tiempo asistí al teatro con mi esposa y un grupo de amigas a un concierto donde uno de los artistas invitados fue Rafael “el Pollo” Brito, famoso cantante venezolano que a muchas mujeres les resulta muy atractivo tanto por su aspecto físico, como por su talento y simpatía. El Pollo estaba vestido ese día de manera informal con blue jean y camisa blanca, tenía puestas unas sandalias de cuero muy llamativas por su brillo.

En su presentación, el Pollo cantor tocó su cuatro, bailó e interpretó la conocida pieza “El Becerrito", de Simón Diaz, ocasionando suspiros en muchas de las mujeres que se encontraban en la sala y al terminar el último charrasqueo del cuatro se produjo un gran aplauso que se convirtió en ovación e inmediatamente se transformó en una especie de delirio.

El primer grito que se oyó fue el de una señora tres filas por delante de nosotros: “¡Pollo, te amo, dame una alita!” Después se escuchó “¡Pollo, tú estás de rechupete!”, “¡Pollo, cuando quieras yo te presto mi tambora!” Mi mujer también gritó: “¡Pollo, qué belloooo!”

Luego una voz femenina que no se supo nunca de donde salió lanzó el siguiente leco: "¡¡¡Pollo, yo te comería todo, hasta las cholas!!!" provocando tantas carcajadas que paralizó el espectáculo por un largo rato.

Para concluir mi seductora faena, les dejo aquí el piropo de mi inspiración: