Extiendo mis dedos, mis palmas, mis palabras
Haciendo aletear los blasones sutiles de la tarde
Debajo de la atmósfera que libra, que torna
En reglones torcidos los maderos de la filosofía.

Inhumado bajo su único pie contemplo el cielo
Inconstante que transforma de prisa las nubes
Como aquel pez transitorio hecho de asombro
Al pincelar la marina con su blancura dorada.

Obscurezco en las orillas anegadas del playón
Oteando aquella suma de cúmulos escandentes
Con auras y crestas, con ondas y raros cordajes
Que representan las formas aleatorias de Dios.

El tronco de la palmera es claro pilar del cosmos
El último contrafuerte sobreviviente de la tierra
De esta era que languidece exánime al atardecer
Después de recorrer la mísera rutina del mundo.

Recostado bajo su sombra el trópico me derrama
Tiempos de luz, cosechas de los frutos más altos
Altos como las sombras de los pájaros que anidan
Y aplauden del céfiro sus hazañas continentales.

Tendido sobre las escorias calientes de mi soledad
Elevo la rugosa cáscara de este tronco que se dobla
Hojeando el devenir de las deidades y los aerolitos
Absorto en la tinta tornasol del cuaderno astral.

Con los brazos en cruz como comprendiendo la tierra
Veo a los dioses pasear en sus carros estupendos
También la luna cava huesas en el cielo para esconder
El accidentado ocurrir de las horas, siglos, milenios.