El Manganzón Oropeza, así le decíamos a Rafael Gómez Oropeza, el profesor de literatura Universal del 6to Semestre de Lengua, Literatura y Latín.

Éramos 48 estudiantes, en su mayoría mujeres, quienes odiábamos las largas y tediosas clases de Oropeza todos los lunes y viernes, a la 1 de la tarde.

Él era un hombre relativamente joven, soltero, muy antipático y egocéntrico. Todos le decíamos el Manganzón porque nunca nos daba tregua ni libertad de expresión, todo se hacía y decía como el quería

Cierto día, cansados de su ego y malhumor, decidimos ignorarlo y portarnos mal en el aula. Así llegó el Lunes y con él la ejecución de nuestro plan.

Fue tanta su molestia que por castigo nos asignó una prueba final sobre el Quijote de la Mancha. Debíamos leernos el libro completo para el viernes de esa misma semana.

Así llego el fatídico Viernes, yo trasnochada, con los ojos rojos y ojerosos llegue puntual pero muy asustada porque no pude terminarlo. Sabía que no habría un final feliz.

Él, muy sereno y relajado, nos pidió sacar una hoja, lápiz y borrador y comenzó a dictar lo que debíamos escribir... Tal cual....

"Yo________(colocar nombre y apellido) juro, en nombre de mi familia, en especial juro por mi madre y mi padre, que leí Don Quijote de la Mancha desde la página____ hasta la página____ Expresando en este documento solo la verdad, asumiendo la responsabilidad de lo que pueda suceder ante la justicia divina en caso de dar una respuesta falsa que no represente mi sacrificio y compromiso educativo"...

Todos quedamos anonadados ante esa prueba, porque con mucha astucia el Manganzón nos lanzó esa conchita de Mango, poniendo en juicio nuestra sensatez y honestidad.