Había vivido toda la vida en el circo, rodeada de elefantes, leones y monos amaestrados. Hija de la mujer barbuda y el trapecista, no había conocido otro mundo que no fuera aquel, dentro de aquella carpa y de nómada, viajando de un lugar a otro. Desde niña había aprendido a desarrollar algunas habilidades, pero como no le tenía miedo a las alturas, todos habían decidido que sería la nueva equilibrista.

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Su padre le enseñó el arte de caminar sobre la cuerda sin caerse. Tal vez porque había visto a sus compañeros o porque tenía una habilidad innata, aprendió rápido y luego se convirtió en la equilibrista más famosa de todas. Todos iban a verla y hasta llegó a convertirse en la estrella de todas las funciones, en la que recibía aplausos y vítores, ovaciones de pie de la audiencia.

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Cierto día la vio un muchacho y no descansó hasta enamorarla. La equilibrista, aunque quería seguir en el circo, tuvo que dejarlo porque ya era una mujer casada. De noche, la equilibrista soñaba que se caía de la cuerda floja y se despertaba llorando. Otras veces, en la calle, tropezaba en las aceras y se caía como si no supiera caminar por el piso. Nunca más fue la misma: había nacido para estar por el aire y no enraizada en la tierra.

HASTA UNA PRÓXIMA HISTORIA, AMIGOS