Extrañamente no tenía un estudio como los otros pintores de la ciudad, pero era tan popular que sus clientes iban a buscarlo en aquel parque de la ciudad, en el que él se apostaba cada mañana. No era Renoir el más perfecto de los pintores, el que manejaba la mejor técnica, pero sí era más innovador, creativo, capaz de hacer pinturas inimaginables y únicas.

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Al principio comenzó como todos: mostrando sus obras en la plaza central. Luego, después cuando se hizo visible, empezó a programar encuentros en un parque: cada cliente era citado a una hora determinada del día. Allí Renoir tenía los implementos para hacer sus pinturas, pero también decorados, sombreros, trajes, que los modelos podían utilizar de acuerdo a lo que quisieran.

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Cada pintura se llevaba un tiempo estipulado: a veces eran horas, pero también podían ser días y hasta meses. Con maestría y mucho cuidado, Renoir pintaba inspirado por los dioses. Cada obra era distinta, tenía su sello personal en la utilización de los colores. Pero lo más resaltante y hermoso de sus pinturas era el paisaje natural que servía como contexto o ambientación: La naturaleza resaltaba cualquier belleza.

HASTA UNA PRÓXIMA HISTORIA, AMIGOS