Él había ido con su esposa al hospital a un chequeo general. Al principio había puesto excusas para no acompañarla, ya que ir al hospital lo deprimía mucho y había llegado cansado del trabajo. Sin embargo, su esposa había insistido tanto que él no tuvo más remedio que ir con ella.

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Mientras estaba en el consultorio del médico que vería a su esposa, se escuchó en los pasillos el bululú de gente. Gritos, gente corriendo y mucho llanto eran los ruidos que se escuchaban. El hombre salió en ese instante para ver qué pasaba. Al preguntar, le informaron que una joven había tenido un accidente. El llanto era porque la muchacha había tenido una hemorragia y no había en el banco sangre ni donantes de su tipo. El hombre preguntó qué tipo de sangre y justamente coincidía con la de él.

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Ni corto ni perezoso, el hombre dejó a su mujer en el consultorio y fue a donar su sangre para la muchacha. Afuera, los familiares de la joven le dieron las gracias y le dijeron que había sido Dios el que lo había enviado esa tarde. El hombre asintió y sintió algo parecido a la felicidad en su pecho. Cuando manejaba de regreso, pensó que tal vez sí, Dios había hecho todo para que él hubiese estado allí y que en la vida no existen la casualidades.

HASTA UNA PRÓXIMA HISTORIA, AMIGOS