La otra vez, yo jugaba en uno de los cuartos que están en la parte de atrás de la casa cuando sentí que algo, una sombra parecida a una niña, pasaba de un cuarto a otro. En un principio pensé que era la abuela, pero cuando la llamé un par de veces y nadie contestó, me di cuenta que no era ella. Otro día, cuando me desperté en mitad de la noche a tomar agua, sentí que algo venía detrás mío. Yo volteé a ver qué era, pero no había nada. Solo se escuchó una risita y que alguien salió corriendo.

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Por eso se lo dije a la abuela. Ella estaba cocinando, pero cuando me escuchó dejó de picar los aliños y se sentó en una silla del comedor a escucharme. Cuando terminé mi relato, mi abuela con cara de preocupación me dijo que me llevaría a casa de Don Jacinto, que dejara de jugar en los cuartos de atrás y que perdiera la mala costumbre de jugar solo. Después de eso se quitó el delantal y salimos.

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Cuando llegamos a casa de Don Jacinto, éste me miró de arriba abajo y le dijo a la abuela: éste ya está marcado. Hay que hacerle una protección. No sé por qué, la abuela se puso a llorar y Don Jacinto comenzó a echarme algo parecido a ron sobre la cabeza. Después, aunque yo estaba como medio somnoliento, vi cómo me amarraban una tirita roja en la mano y hacían con un tizón varias cruces en mis pies. Después de eso, volvimos a casa en silencio. Eso sí, yo más nunca volví a jugar en los cuartos de atrás y nunca más aquella sombra vino a jugar conmigo.

HASTA UNA PRÓXIMA HISTORIA, AMIGOS