Desde la madrugada los pescadores se levantan y comienzan a arreglar los implementos para comenzar la faena. Todos los días, con el primer cantar del gallo, los pescadores salen de sus casas, mirando la mar quieta y persignándose para comenzar una nueva travesía. En sus casas, mientras tanto, quedan las mujeres y sus hijos, rogando que los hombres vuelvan sanos y salvos, y traigan alimentos.

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En sus botes, con el sabor del café recién hecho aún en la boca, los pescadores van silenciosos buscando el mejor lugar para echar las redes. De la pesca depende que ellos y sus familias coman. Como antes, el hombre debe buscar su sustento. Reman firme y seguidamente, tiran las carnadas, esperan pacientemente. El sol se levanta y se torna más brillante, y las costas son una larga línea lejos de ellos.

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El día transcurre sin mucha prisa, algunos peces han picado el anzuelo. Sin embargo, los pescadores insisten y con fe hacen plegarías al mismo cielo. Dorados, atunes, catalanas empiezan a picar el cebo. Las embarcaciones se tambalean: están colmadas de alimentos. Los pescadores asoleados y cansados, pero evidentemente contentos, regresan a sus casas orgullosos de seguir proveyendo. Mientras comen en la mesa, el pescador agradece a la naturaleza por ser buena madre y ofrecerles cada día el sustento.

*Esta historia, gracias a Dios, la viven muchos pueblos pesqueros

HASTA UNA PRÓXIMA HISTORIA, AMIGOS