Panchito, Ronny y Peruchito estaban jugando en la esquina de siempre. Sus manitas sucias estaban llenas de canicas multicolores que se habían ganado y que tiraban como expertos sobre la tierra árida y dura. Como si fuera un combate, cada uno se enfrentaba al otro y celebraba con algarabía los triunfos obtenidos. Los rostros infantiles eran la prueba de la felicidad máxima.

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De repente, sin darse cuenta, la noche llegó y puso las calles oscuras. Los niños atemorizados miraban de lado a lado para ver si había un adulto cerca. La soledad de las calles hizo que los niños recogieran sus metras y se pusieran cerquita. Para ir a sus casas debían pasar un vereda por donde decían que salía el alma de algunos muertos. Se pusieron de acuerdo: tenían que cruzar la vereda corriendo.

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Y así lo hicieron: se tomaron las manos y empezaron a correr más veloz que el viento. A sus casas llegaron sanos, salvos y contentos. Porque aunque en los juegos batallaron y fueron contrincante del otro en su momento, para vencer el temor se unieron, porque sabían que unidos eran más fuertes y podían vencer el miedo.

HASTA UNA PRÓXIMA HISTORIA, AMIGOS