El anciano se sentía mal y casi no podía caminar. Aunque generalmente se apoyaba en un bastón, este no era suficiente y se tambaleaba cuando estaba de pie, por lo que debía estar sentado o acostado. Desde que sus hijos se habían ido del país y su esposa había muerto, no había querido tratar con sus vecinos, así que estaba completamente solo en la casa y sin ayuda.

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Como pudo, llamó al médico. Mientras lo esperaba recordó las muchas veces que sus familiares más cercanos quisieron venir a visitarlo, pero él se negó con la excusa de estar mejor solo que mal acompañado. Igualmente sucedió con los vecinos, de quienes se escondió para no ayudarlos cuando estos lo necesitaron.

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Después que el médico lo revisó y se quedó nuevamente solo, se fue a la cama y comenzó a llorar. Tal vez debería dejar su tristeza y su soledad de lado y empezar a compartir con los otros. Tal vez debería reconocer que el ser humano es un ser social y no un ermitaño que desprecia la compañía de los otros.

HASTA UNA PRÓXIMA HISTORIA, AMIGOS