Es un gusto participar en este interesante concurso de escritura que nos propone la compañera @solperez, de las tres imágenes que nos compartió, decidí escribirles sobre el Arresto de un propagandista (1892).

En las gélidas calles de Moscú, una densa neblina envolvía los edificios, dibujando las siluetas de los caminantes que se apresuraban a sus destinos. En medio de esta lúgubre niebla, un hombre de mirada desafiante se levantaba orgulloso ante un grupo de soldados, su rostro impávido por la determinación y la pasión.

Era un propagandista, o como se les conocía mejor; un gusano, un disidente, una plaga. Pero al mismo tiempo era un agente del cambio en un tiempo de opresión y silencio. Con cada palabra que pronunciaba, sus ideas resonaban como un eco desafiante desde las lujosas habitaciones del palacio del Zar, hasta las miserables chozas de la tundra siberiana. Sus manos, alzadas en gestos enérgicos, llevaban consigo el fuego de la revolución, mientras que sus ojos brillaban con la promesa de un futuro mejor.

El oficial, impulsivo, leyó en voz alta la orden de arresto. Se acusaba al joven de difundir ideas subversivas contra el sistema nicolaíta. Un escalofrío recorrió su cuerpo, pero no se encorvó. Su mente ya estaba urdiendo un nuevo procedimiento, una forma de burlar la censura y seguir propagando la llama de la revolución.

Pero las cartas estaban echadas y se cernían sobre él panoramas tenebrosos, acechando en las esquinas, listas para sofocar cualquier llama de disidencia. Los soldados, o agentes del mal como él los llamaba; con sus rostros sombríos bajo sus gorras, rodeaban al propagandista con una determinación fría y calculada. Era el momento del arresto, el momento en que la voz de la resistencia sería silenciada.

Sin embargo, el joven promotor de ideas conspirativas no mostraba signos de rendición. En su mirada ardiente se reflejaba la certeza de que su causa trascendería incluso las paredes de la cárcel. Sus palabras, ahora interrumpidas por el peso de la opresión y la tiranía, resonarían en los corazones de aquellos que aún soñaban con la libertad de una Rusia milenaria y cristiana.

Y así, en medio de la oscura capital rusa, el propagandista fue llevado bajo arresto, pero su espíritu indómito se mantuvo como una llama inextinguible, alimentando la esperanza de un mañana diferente.